Tres años después
del Concilio Vaticano II, en el año de 1968 el Papa Pablo VI promulga la
encíclica Humanae Vitae, como respuesta a distintos temas acerca de la familia,
el matrimonio y la sexualidad, que se venían trabajando en la comisión iniciada
por el Papa Juan XXIII en el año de 1963. La encíclica dedica sus páginas a
tres temas específicos, los cuales generaron grandes controversias dentro y
fuera de la Iglesia, el amor conyugal, la paternidad responsable y el más
controversial de todos, la regulación de la natalidad. Con la llegada de la
sociedad moderna, muchas familias se enfrentaron a distintos problemas que
impedían el cumplimiento de los preceptos católicos o no sabían cómo responder
ante ellos. Otros en cambio ante el aparente silencio que mostraba la Iglesia
ante estos temas, fueron manifestando comportamientos contrarios a la unidad de
la familia y del matrimonio. Los constantes divorcios, la infidelidad, el
aborto, las relaciones sexuales fuera del matrimonio y los embarazos no
deseados como resultado de estas, entre otros fenómenos, impulsaron al Papa
Pablo VI al abordaje de estos grandes
temas que bien fueron recibidos por algunos como una ayuda ante situaciones que
no sabían cómo enfrentar desde su fe y por otros como de un intento de la
Iglesia por normativizar la libertad sexual, fruto del modernismo y la
secularización. Ciertamente estos fenómenos surgen en la familia y
desestructuran a esta, por lo que se hace necesario abordar los aportes y la influencia
que tuvo esta encíclica en el modelo de familia tradicional, en Colombia y en
el mundo, especialmente en aquellas familias que conservaron su catolicidad y
se enfrentaban a factores como la crisis económica, el sobre poblamiento, la
disminución de los recursos, las medidas radicales que utilizaban los gobiernos
para enfrentar estas problemáticas, que se convirtió para las familias
tradicionales en una problemática por sí misma, la falta de trabajo, de
viviendas dignas, las dificultades de brindarles educación a los hijos, y de
mantenerlos, especialmente si eran muchos hijos, lo que generó en muchas
familias, aquellas que preferían
mantener su catolicidad un enfrentamiento entre lo que es bueno para la Iglesia
y lo que debían hacer para sobrevivir en un mundo moderno, “En todos los tiempos ha
planteado el cumplimiento de este deber serios problemas en la conciencia de
los cónyuges, pero con la actual transformación de la sociedad se han
verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas cuestiones que la
Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca
con la vida y la felicidad de los hombres”[1]. Esta encíclica
pretende dar respuesta a estas dificultades, aunque no una solución, al menos
si busca orientar a las familias católicas referente a lo que es bueno y lo que
es contrario a los principios cristianos, a través del ejemplo que durante
siglos han brindado las familias.
La encíclica
Humanae Vitae, aborda las principales problemáticas que afectan a la familia en
el contexto de la contemporaneidad, desde el aspecto más característico y
fundamental del matrimonio, el amor
conyugal”. De este depende la solución
sana o las diferentes problemáticas que se presentan en el interior de
la familia. No se puede pensar en una familia desde el modelo cristiano en el
que no exista el amor entre los cónyuges como requisito indispensable para la
consecución de un pleno desarrollo de
esta, ya sea desde lo personal o lo colectivo. La familia nace del amor entre
un hombre y una mujer, del cual surgen los hijos como resultado de su vínculo,
este debe ser recíproco, pleno y totalmente gratuito. La Iglesia plantea que esto solo es posible
a través del Matrimonio, el cual basado en la doctrina surge como institución
de carácter divino y humano. Divino porque se participa en la obra creadora de
Dios como continuadores de la creación a través del amor, por lo que la
procreación y la transmisión de la fe adquiriere un carácter sagrado, es el resultado de la
participación de los esposos en la obra creadora y redentora de Dios. Por lo
que el matrimonio es considerado no como un simple acuerdo entre partes, “…es una sabia institución del
Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.”[2] En este no
solo se busca el desarrollo personal, la
satisfacción de los deseos del individuo, trasciende la búsqueda egoísta del
placer a través del otro como un objeto sexual, encuentra su perfección y punto
de partida en un amor que posee ciertas características que lo hacen diferente,
único e indisoluble. Para la Iglesia el amor debe ser inicialmente recíproco,
en el que las partes se donen unos a otros, se entreguen constantemente en el
perfeccionamiento y la felicidad del otro, como meta y expresión del amor que
se siente. “…tienden
a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal”[3]. Llenar el vacío
del otro con la completud del amor que se siente, que se demuestra y se expresa
en la vida familiar, comprendiendo, apoyando, corrigiendo y sobre todo
acompañando a la pareja en todo y cada uno de los momentos de su vida, lo que
le falta a uno lo posee el otro que se lo brinda solo por amor. Este acto de
reciprocidad propio del amor que deben expresarse los esposos en el matrimonio,
lleva a colaborar con Dios en la generación de nuevas vidas, si existe un amor
abnegado, totalmente gratuito, una donación constante y desmedida del uno hacia
el otro, permite en los esposos la idea del fruto de su amor, el anhelo de otro
que surge de los dos y que viene a ser para el matrimonio la plenitud del amor,
este otro viene a ser una sola carne. Pero el acto de colaboración con Dios y
el fruto del amor conyugal no terminan en la procreación, con esta surge la
necesidad de educar a los hijos, de transmitirles los conocimientos necesarios
para la estructuración de la personalidad y el desarrollo integral, de
orientarlos en cada etapa de su vida, de conservar cada uno el rol que poseen
dentro de la familia del cual depende inicialmente el sujeto de los primeros
modelos del cual parten para formar su propia estructura.
La segunda
característica que destaca la Humanae Vitae del amor conyugal es que este amor es plenamente humano. Por lo tanto es sensible y espiritual, no se
puede pensar en un amor idealizado, que no siente, que no vive, en el cual se
tiene una idea fantasiosa del otro. En este amor se vive la necesidad de
demostrar al otro lo que se siente, lo cual solo puede percibirse a través de los sentidos. Por lo que los
esposos no pueden descuidar el demostrarle al otro el amor, ni ignorar que el
otro es una persona que siente, que se puede entristecer, alegrar, pero ante
todo que necesita de la atención y la dedicación de su cónyuge para poder
sentirse pleno, correspondido, apoyado y sobre todo amado. No basta con pensar
que el otro ya sabe lo que siento o se lo imagina, es necesario hacer uso de
los sentidos para exhibir aquello a lo que solo puede acceder quien lo
experimenta, por tanto un amor “Destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de
la vida cotidiana”[4]. De esta forma este no es una satisfacción pulsional,
surge de un acto de voluntad libre. A diferencia de los animales la unión surge
de un acto de carácter humano, en el que no se une por el encontrarse en celo
la hembra, sino que se llega a una entrega libre, en la que las partes
deciden estar juntos, y de esa forma
acceder a una nueva vida, que consiste en estar con otro, en compartir con él,
en entregarse a él sin ningún interés egoísta, sino en busca de hacer feliz al
otro, esta característica es fácilmente evidenciable en el noviazgo, en el
que se busca hacerle saber al otro lo
que se siente, conquistarlo a través de detalles, de poemas, canciones y sobre
todo con caricias, palabras llenas de halagos y fantasías que llevan a soñar
con un mundo ideal con el otro, en el que se le da todo y se recibe todo, en el
que la meta se ha alcanzado, hacer feliz al otro, que tenga la certeza de que
se tiene a la persona ideal. El amor por tanto debe ser un amor total, en el
que se comparte todo, sin reserva alguna, siempre a través de la gratuidad y la
certeza de que se da a alguien que hace parte de uno, sin llegar a cálculo
alguno, no se ama por lo que se recibe, sino por lo que se es, por sí mismo, “…gozoso de poderlo enriquecer
con el don de sí”[5].
La siguiente
característica del amor conyugal, puede ser considerada por muchos como una
idealización, resultado de una ideación fantasiosa. Pensar en un amor fiel y
exclusivo hasta la muerte, aparece para muchos como un pensamiento
anticuado e imposible. Estar en función
de un supuesto amor libre, sin normas, ni interés alguno de entregarse al otro,
de la promiscuidad, hacen imposible la fidelidad en las parejas y sobre todo la
idea de estar con alguien para toda la vida.
Ante lo cual el Papa Pablo VI, exalta el testimonio de muchos
matrimonios que a través de un amor total, humano, libre y sobre todo recíproco,
se puede llegar a la fidelidad y al deseo de estar con esta persona hasta la
muerte. Un amor conyugal con todas estas características es en sí, un amor
fecundo. El cual se prolonga suscitando nuevas vidas, por lo que se está en
orden a la procreación y la educación de los hijos, expresión de su amor y no
de un error de cálculos o de la calidad de un preservativo, "El matrimonio y el amor
conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación
de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y
contribuyen sobremanera al bien de los propios padres"[6].
Del amor conyugal,
surge la exigencia de una paternidad responsable, la cual es posible solo si
los padres son conscientes de su misión, de la responsabilidad que asumen. La
paternidad responsable en relación con lo biológico significa conocimiento y
respeto de sus funciones, reconocer la dignidad del cuerpo de uno mismo y del
otro, del poder de dar la vida, el descubrimiento de leyes biológicas que
forman parte de la persona. En lo que respecta a lo psicosocial en lo que
interviene también lo económico y lo físico, significa una deliberación
generosa de tener una familia, y sobre
todo una familia numerosa. Por lo que la decisión puede estar motivada en
circunstancias graves que pueden afectar la vida de la persona y en el respeto
de la ley moral, concebir un nuevo nacimiento sin el deseo de una de las partes
no es una paternidad responsable, sino más bien un acto egoísta, por lo que la
decisión de evitar un nuevo nacimiento ya sea de manera parcial o definitiva,
corresponde a la pareja y a la reciprocidad que haya en ellos, “La paternidad responsable
comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo,
establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia.”[7] De esta forma una paternidad
responsable lleva en si el reconocimiento de los deberes que se tiene para con
Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad. Para con Dios en
el cumplimiento cabal de sus mandamientos, el amor y el respeto a la vida, para
consigo mismo porque esta responsabilidad también está en el respeto que se
tiene al propio cuerpo, a la persona y el lugar que se tiene en la relación ya
sea como sujeto o como simple objeto de goce. En lo familiar y social por las
implicaciones de tener hijos, de educarlos, protegerlos y brindarles lo
necesario para un sano desarrollo, lo cual afecta a la sociedad por lo que
estos hacen parte de ella, se encuentran dentro de la dinámica social. Pero
sobre todo, porque todo matrimonio debe quedar abierto a la transmisión de la
vida. Depende de los cónyuges el que se tengan futuros ciudadanos, que posean
un sano desarrollo biopsicosocial y espiritual; es en la familia donde se forman las futuras generaciones, los
futuros líderes, gobernantes, los futuros
ciudadanos constructores o destructores de la sociedad, en las palabras
de San Juan Bosco: hay que hacer buenos
cristianos y honestos ciudadanos. Y esto solo es posible a través del acto
conyugal, que hace apto a los esposos para la generación de nuevas vidas, sin
la unión de los esposos en el acto sexual, no hay matrimonio, por ende no hay
generación de nuevas vidas, es por tanto, cerrarse a los designios de Dios y al
fruto del amor conyugal, es en sí mismo un acto egoísta.
El asumir una paternidad responsable en una sociedad capitalista y moderna,
llevó a la Iglesia a interrogarse acerca del número de hijos que una familia
debía tener, y esto surge de las constantes crisis económicas por las que
pasaban muchos países. Las dificultades presentes en el acceso a la
alimentación, vivienda, salud y educación, producto del encarecimiento de la
vida, por tanto, aumento de la pobreza en la sociedad, representaba una
dificultad para todo el occidente, en lo que respecta a la natalidad, específicamente
en la regulación de la natalidad, sobre todo por la amenaza de sobrepoblación. Las dificultades por las que atraviesan los
esposos en lo que respecta al número de
hijos, producto de las dificultades económicas, sociales y fisiológicas,
representaban una problemática que exigía una pronta respuesta por parte de la
Iglesia, en lo que respecta, a lo que los católicos, sin poner en riesgo su fe,
debían afrontar estas dificultades. Es esto lo que pretende el Papa Pablo VI,
en el final de su encíclica Humanae Vitae, dedicado especialmente a la
regulación de la natalidad, aspecto fundamental en la vida familiar. La
encíclica presenta, la posibilidad de acceder a la regulación, cuando esta no
surge como un acto egoísta, irresponsable o maltratador por parte de los
esposos o de terceros, por lo que condena la esterilización directa, perpetua o
temporal, tanto en el hombre como en la mujer, especialmente el aborto o todo
proceso de interrupción del proceso generador ya iniciado, inclusive cuando se
trata de un aborto querido o procurado,
aunque sea por razones terapéuticas; debido, a que la
función primordial de la familia es la procreación y posterior educación de los
hijos, por tanto la familia debe estar
abierta a la vida. Es contrario a la
doctrina católica, “toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la
procreación”[8].
Pero entonces, ¿Qué es licito?, ¿En qué situaciones la Iglesia considera posible
la regulación natal? La Iglesia reconoce como medios lícitos de regulación de
la natalidad el uso de los ritmos
naturales y los medios terapéuticos,
solo cuando estos son verdaderamente necesarios, como cura a enfermedades
orgánicas, siempre y cuando esta consecuencia de infecundidad no sea
directamente querido, sino que sea un efecto del tratamiento, y no de la
voluntad de la persona de no procrear. La necesidad de dar espacios a los
nacimientos por causas orgánicas o
sociales, como enfermedades o crisis económica, lleva a los esposos a
que de manera legítima, pueden hacer uso de los periodos infecundos,
periodos naturales y que por tanto hacen parte del orden establecido por Dios,
como un medio para no alterar ni ofender los principios morales. Puede llegar a parecer contradictorio y
quizás caprichoso, el hecho de la Iglesia, de condenar los métodos
anticonceptivos y promover el uso de los ritmos naturales, para regular la
natalidad. Pero esta postura de la
Iglesia está sostenida en una diferencia
esencial entre estos dos medios. Primero
los métodos anticonceptivos impiden el desarrollo de los procesos naturales,
mientras que en el uso del ritmo los esposos se sirven de una disposición
natural, que no impiden la procreación, sino que son periodos infecundos, en
los que de forma natural, la mujer no queda embarazada, de esta forma no se
busca detener el proceso, ni negar la posibilidad de que este se presente, sino
que de forma legítima y natural los esposos pueden estar íntimamente sin que se
llegue a la procreación, aunque esta puede llegar a atentar
contra la vida, cuando este medio
se usa de forma egoísta negándose a la procreación, no se trata de que no se
quiera tener hijos y por esto se unan solo cuando se es infecundo, lo cual
sería igualmente un acto egoísta. La Iglesia justifica su uso en la necesidad
que tienen los esposos de manifestarse el afecto y la mutua fidelidad a través
del acto sexual, en los periodos agenésicos, no como un acto cerrado a la vida,
sino como un acto fundamental en el amor y la vida conyugal.
Además, la encíclica resalta las consecuencias de las prácticas
anticonceptivas, entre las cuales se encuentra el aumento de la infidelidad
conyugal, la promiscuidad y la degradación general de la moralidad, en especial
entre los jóvenes, en la posibilidad de acceder a los medios anticonceptivos,
como camino fácil y rápido a la satisfacción sexual sin tener que asumir
responsabilidades, lo que llevaría al hombre a perder el respeto por la mujer,
llegando a considerarla como un simple objeto de satisfacción sexual, de goce
egoísta, y no como sujeto, al que se le debe respetar y amar.
Todos estos aspectos que aborda la encíclica Humanae Vitae, ante la pérdida
del respeto y la dignidad humana, ante la revolución sexual y la
desmoralización y pérdida de los valores en la sociedad, afectan directamente a
la familia y son aspectos fundamentales en la función primordial de la familia
desde el catolicismo, pero también afecta a esta en la estructuración o
desestructuración, por lo cual aunque muy pocas veces se menciona la palabra
familia, y se abordan temas que aparentemente competen a la vida conyugal, no
hay que olvidar que estas problemáticas se desarrollan en el seno de la
familia; no hay familia sin cónyuges, o
sin hijos, no hay familia sin amor
conyugal, o sin paternidad. El surgimiento de estos planteamientos, de
estas directrices presentadas por la Iglesia a finales de los años 60, responde
a una realidad que vive la familia a nivel mundial, aun en nuestros días, y la
familia colombiana no está exenta de esta realidad, de la crisis al interior de
la familia, producto de causas externas, especialmente las económicas y bélicas,
de la secularización y pérdida de los principios morales y sobre todo de la
extinción de esta como célula básica de la sociedad, de la pérdida del respeto
por la mujer, de su lugar en la sociedad, muchas veces generado por movimientos
que de manera engañosa buscan la libertad femenina, llevan a las mujeres a
presentarse ante la sociedad como simples objetos de goce, a través de la
revolución sexual, llevándolas a la
promiscuidad y pérdida del respeto al cuerpo propio y del otro, todas estas
problemáticas tan pasadas y actuales en la organización familiar, en la
desestructuración y extinción de la
familia que aparece como una profunda crisis de forma y esencia en la
familia a nivel mundial, en la
actualidad.
[1]
PABLO VI, Papa. Carta Encíclica Humanae Vitae.
(Documento electrónico en línea): http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae_sp.html Pág. 1.
[2]
Ibíd. pág. 3.
[3]
Ibíd. pág. 3.
[4]
Ibíd. Pág. 4.
[5]
Ibíd. Pág. 4
[6]
Ibíd. Pág. 4
[7]
Ibíd. Pág. 5
[8]
Ibíd. Pág. 6.
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