“El lugar que el niño ocupa en la familia es producto
tanto de la imaginación parental como de la forma en la cual el niño real se
adapta a esta imaginación”[1]
Generar una lectura
psicoanalítica del lugar del niño,
específicamente del lugar que ocupa en
la familia, lleva al abordaje de dos aspectos de la estructura familiar
inconsciente: El deseo de los padres y la adaptación del niño a este deseo.
Daniel Marcelli en su Manual de psicopatología del niño, presenta el lugar del
niño como producto de la fantasía de los padres; antes de ser concebido el
niño, existe un deseo que lo precede, este puede tener su respuesta desde lo
consciente, el deseo de tener un hijo y todo lo que se deposita en él, como
ideales de los padres que se desplazan a los hijos o la tramitación de una pérdida
a través de un nuevo nacimiento, y posee en sí mismo un deseo inconsciente, es
a lo que se refiere Marcelli cuando
plantea que el niño es producto de la imaginación parental. De esta forma el
niño se presenta en la estructura familiar inconsciente como un hijo imaginario
y un hijo real. Este hijo imaginario está determinado o fantaseado desde la
problemática Edipica de cada uno de los padres, por tanto más que un hijo, la
pregunta frente al deseo de los padres sería ¿Qué es lo que realmente desea la
madre o el padre? Este deseo que está dado desde lo imaginario es aquello que
genera una construcción fantaseada del niño, el cual está construido en la base
de aquello irresuelto de los padres, refiriéndonos
a la problemática edipica. Pero ¿que es lo que finalmente surge de este deseo?,
diferente en cada una de los progenitores, el enfrentamiento de este hijo real
al lugar definido o fantaseado por sus padres. Ante dicho enfrentamiento se
plantean tres soluciones el niño síntoma
(neurótico), el niño falo (perverso) y
el niño objeto (psicótico), que están
determinadas por las aptitudes del niño y
el intento de reorganización de los padres frente a la construcción que
cada uno ha realizado de su hijo “Teniendo
en cuenta sus propias aptitudes y el posible o imposible trabajo de
reorganización fantasmática (el duelo del niño imaginario para adaptarse al
niño real)”[2],
por tanto el hijo real deberá asumir su lugar en la estructura familiar
inconsciente, asumirse como sujeto o convertirse en
objeto de deseo.
Por último, este
lugar del hijo, no solo se refiere a aquello que predispusieron los padres y
que lleva al niño a asumir su lugar, no es solo lo deseado por los padres, y la
construcción imaginaria que hicieron de él, ya que no se trata de una dinámica
unidireccional, sino bidireccional, en el que el hijo también afecta a los
padres desde el lugar que estos deben ocupar en la familia, especialmente en la
mujer y la función materna, la cual deberá asumir con el nacimiento de un hijo,
“El niño aparece
en su versión colmadora y sin embargo el lugar del niño es el de dividir a la
madre, es causa de una división entre madre y mujer”[3], respecto al lugar de la
madre y las implicaciones de asumir este lugar se ha abordado anteriormente en
esta monografía, aun así cabe resaltar el aspecto fundamental de este lugar que está determinado por el deseo de la madre
contrario al goce femenino, a este último la mujer debe renunciar, para entrar
en el orden de lo simbólico en el cual se le exige ser toda madre y pura “se sanciona el sexo de la niña con el significante hijo, se le ha dado el
destino a la madre”[4]
es aquí donde aparece el niño en la ejecución
de su lugar como aquel que divide a la madre, que divide a la mujer entre el
deseo de la madre y el goce femenino.
[1]
MARCELLI, Daniel. Manual de
psicopatología del niño. Madrid:
ELSERVIER MASSON, 2007. Pág. 412.
[2] Ibíd.
Pág. 412.
[3]SOTELO,
Inés. El niño y su madre. CREO Grupo
de Psicólogos (Documento electrónico en línea): http://www.creopsi.com.ar/2010/12/el-nino-y-su-madre.html
[4] Op.cit.
Domb, Benjamín. Pág. 2.
No hay comentarios:
Publicar un comentario