viernes, 12 de octubre de 2012

El Concilio Vaticano II y sus aportes al modelo de Familia Cristiana.




El Concilio Vaticano II surge de la preocupación del Papa Juan  XXIII, referente a problemáticas no solo del pueblo Católico, sino de toda la humanidad alegando que “las inquietudes de la humanidad actual, son inquietudes de la Iglesia”[1] ,  es una respuesta de la Iglesia Católica a las urgencias de la humanidad, por lo que fue considerado por Juan XXIII, quien lo convocó como un concilio ecuménico, no solo dirigido a los católicos de todo el mundo, sino a toda los hombres de buena voluntad. Este abordó diferentes problemáticas dentro y fuera de la Iglesia, las cuales se discutieron en cuatro sesiones, de las cuales la primera fue precedida por el Papa Juan XXIII  en el año de 1962, tras la muerte del Sumo Pontífice, las tres sesiones restantes fueron precedidas por su sucesor el Papa Pablo VI, dando término al concilio en el año de 1965.

La familia es uno de los temas que fueron abordados con mayor atención y dedicación, esto al ser considerada por la Iglesia y titulada en el Concilio Vaticano II como “la célula primera y vital de la sociedad”[2].  Por lo que el desarrollo y la salvación de la persona y la sociedad humana y cristiana dependen en primer término del bienestar de la familia. Bienestar que se encuentra amenazado por problemáticas como la poligamia, el divorcio, por el amor libre y sin responsabilidades, entre otras manifestaciones contrarias al cristianismo, que afectan la indisolubilidad y unidad de los esposos y la familia. Así como el generalizado egoísmo en la sociedad, el hedonismo y la manipulación genética junto con otros factores como las condiciones económicas, sociales, psicológicas y civiles las cuales generan graves perturbaciones en las familias, todo esto como fruto de los cambios sufridos en la sociedad moderna.

La familia por el contrario debiese ser inaugurada a través del consentimiento libre, personal e irrevocable del matrimonio, del que surge una institución estable; por lo que está en función de la procreación, educación de la prole y santificación de sus miembros, como cumbre y corona de su misión en la Iglesia y de toda la sociedad humana. Aseguran los padres conciliares en la constitución Gaudium et Spes, que Dios ha dotado de varios bienes y fines al matrimonio, los cuales son de una enorme trascendencia para la continuidad del género  humano, para el desarrollo personal y suerte eterna de cada uno de los miembros de la familia y de toda la sociedad humana. Aunque el cumplimiento cabal de  la misión que poseen las familias se ve muchas veces impedido por las condiciones de la vida moderna, fomentando por los gobiernos y el avance de la modernidad con el abandono de los valores y la promulgación de leyes que  atentan contra la unidad y autonomía de la familia, en especial contra la vida de los hijos. El encargo que la familia ha recibido por parte de Dios, de perpetuar la vida se encuentra impedida por el aborto y el infanticidio justificado muchas veces por la sobrepoblación, por la falta de recursos con los que brindar una vida digna, los cuales la Iglesia condena de crímenes nefastos y recuerda que la vida del hombre no se limita a esta vida, ni se puede medir o entender en orden a ella, sino que la esperanza de la futura inmortalidad, llevan al hombre a un destino eterno, el cual encuentra su inicio en la vida actual.

 El carácter divino que el concilio le concede a la familia, es una mirada a los inicios del cristianismo, donde la  Iglesia está formada por familias que empezaban a creer y se hacían bautizar. De ahí que se pase a comparar a la Unión entre Cristo y la Iglesia, como la Unión de los esposos a través del santo Matrimonio, según las palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Efesios “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y los dos serán una  sola carne, gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia”[3].  Ante lo cual los esposos manifiestan y participan de este misterio de la unión y amor de Cristo a la Iglesia  en sus familias, constituyéndose estas en Iglesias Domesticas. Al adquirir la familia este carácter de Iglesia domestica, la Iglesia Universal, hace el llamado a la ayuda mutua en la santificación a través de la vida conyugal, de la procreación y la educación de los hijos. Se constituye por tanto en escuela de fe y camino de santificación, a través del amor y la ayuda mutua en las tareas y responsabilidades que adquieren los esposos. De este amor y unidad de los esposos en el matrimonio se desprende una de las principales tareas de los cónyuges que es la procreación, a través de la cual,  nacen los nuevos ciudadanos, conformando la sociedad humana, quienes a través del bautismo llegan a ser hijos de Dios y por ende a formar parte del pueblo de Santo.

La transmisión de la fe constituye uno de los pilares fundamentales en la Iglesia, lo que permite la continuidad de su misión, esta tarea está reservada para la familia en la que según el Concilio Vaticano II los padres son los primeros predicadores de la fe a los hijos a través de la palabra y sobre todo del ejemplo, por lo cual, los padres deben llevar una vida acorde a la voluntad de Dios. De esta forma se fomenta la vocación a la cual han sido llamados los hijos, ya sea en el ámbito secular (psicólogos, ingenieros, médicos, bomberos, policías, etc.) o en lo sagrado (sacerdocio, vida consagrada).

Contrario al continuo avance de la modernidad y la secularización, la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, resalta en la familia su encargo de ser para el mundo a través de la vida cotidiana, un reflejo claro de una vida acorde al evangelio, gran llamado es este que invita a todas las familias católicas a revisar su participación en esta, su misión. Para el concilio la familia manifiesta la gloria de Dios a través de la conversión constante de sus miembros, por lo tanto una vida centrada en el amor hacia el otro, como antítesis al egoísmo que destruye  a la sociedad, especialmente por los resultados de las dos guerras mundiales, y en la lucha contra todo aquello que es contrario a los principios cristianos, en la familia y por ende en la sociedad, todo esto en la cotidianidad de los católicos, ya sea en su casa, trabajo, momentos de esparcimientos, en la escuela, en todos los ámbitos de la vida, la familia cristiana esta llamada a manifestar al mundo la gloria de Dios, el ejemplo de  una familia funcional; es hacer partícipe al mundo de un espectáculo diferente al planteado por el modernismo, contrario  a muchas familias desestructuradas, disfuncionales; surge un modelo que se mantiene sólido y que refleja todo el esplendor del orden social, administrado por la Iglesia. La santidad de los miembros de la familia, haciendo de esta una familia unida a Cristo,  se basa en la entrega abnegada del uno hacia el otro, del esposo hacia la esposa y viceversa, de los padres hacia sus hijos y de estos hacia sus padres, siendo testigos en el mundo de la fe y el amor de Cristo, “con su ejemplo y testimonio acusa al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad”[4].

Como solución a muchas problemáticas que aquejaban y aquejan a la  humanidad, el concilio ve en la familia el fundamento de la sociedad, especialmente en lo  moral, en lo religioso , en lo humano y de esta el funcionamiento de todos los ámbitos de la vida del hombre, por lo que  llama a la humanidad a formar una sola familia, en la que los hombres se traten los unos a los otros como hermanos, donde el padre, y por tanto cabeza de la familia es Dios, una familia basada en el mandamiento del amor, en la entrega de sí mismo a  los demás, lo que llevaría a una interdependencia de los hombres y la unificación de la humanidad.

Una de las mayores preocupaciones referente a esta  institución, es la ruptura de esta a  través del divorcio, del abandono del hogar, de los actos irresponsables dentro de esta, de la violencia que destruye a sus miembros, por lo que el Concilio Vaticano II invita a las familias a través de su ejemplo, el manifestar y demostrar la indisolubilidad y santidad del matrimonio, afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente, labor que la Iglesia asigna a los padres y tutores, defender la dignidad y legítima autonomía de la familia; con lo que las familias cooperan con los demás cristianos y hombres de buena voluntad en la conservación de estos derechos ante la legislación civil, para que los gobiernos tengan en cuenta las necesidades de la familia, en lo que respecta a vivienda, educación de los niños, mejores condiciones de trabajo, seguridad social e impuestos. También la familia está llamada por el Concilio Vaticano II a la adopción de los niños abandonados, de recibir con gusto a los forasteros, participación de los padres en los procesos académicos desarrollados por las escuelas,  ayudar  a los jóvenes con sus consejos y medios económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, prestar ayuda en la catequesis, sostener a los matrimonios y familias, que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no solo de lo indispensable, sino procurarles los justos beneficios del progreso económico, como parte de su apostolado y camino de santidad, como verdaderas Iglesias domésticas . En conclusión  tanto Juan XXIII como Pablo VI, invitan a todas las familias a dar el testimonio preciosísimo de Cristo, a través del ejemplo del matrimonio. Este concilio busca mostrar al mundo la forma como la Iglesia concibe las distintas problemáticas de la época, en este caso la familia vista desde la Iglesia, su presencia y actividad en el mundo de hoy, por lo que se dirige no solo a los católicos sino a toda la humanidad.



[1] CONCILIO VATICANO II, Documentos Completos. Apostolicam Actuositatem.  Ciudad del Vaticano: San Pablo, 1965. Pág. 11
[2] Ibíd.  Apostolicam Actuositatem. Pág. 11.
[3] BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 31-32. Bilbao: Desclée De Brouwer,  Tercera Edición2005. Pág. 1718.
[4] CONCILIO VATICANO II, Documentos Completos, Lumen Gentium Igl. 35. Ciudad del Vaticano: San Pablo,  1965. pág. 51.

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