El Concilio Vaticano II surge de la preocupación del
Papa Juan XXIII, referente a
problemáticas no solo del pueblo Católico, sino de toda la humanidad alegando
que “las inquietudes de la humanidad
actual, son inquietudes de la Iglesia”[1]
, es una respuesta de la Iglesia Católica
a las urgencias de la humanidad, por lo que fue considerado por Juan XXIII, quien
lo convocó como un concilio ecuménico, no solo dirigido a los católicos de todo
el mundo, sino a toda los hombres de buena voluntad. Este abordó diferentes
problemáticas dentro y fuera de la
Iglesia , las cuales se discutieron en cuatro sesiones, de las
cuales la primera fue precedida por el Papa Juan XXIII en el año de 1962, tras la muerte del Sumo
Pontífice, las tres sesiones restantes fueron precedidas por su sucesor el Papa
Pablo VI, dando término al concilio en el año de 1965.
La familia es uno de los temas que fueron abordados con
mayor atención y dedicación, esto al ser considerada por la Iglesia y titulada en el
Concilio Vaticano II como “la célula
primera y vital de la sociedad”[2].
Por lo que el desarrollo y la
salvación de la persona y la sociedad humana y cristiana dependen en primer
término del bienestar de la familia. Bienestar que se encuentra amenazado por
problemáticas como la poligamia, el divorcio, por el amor libre y sin
responsabilidades, entre otras manifestaciones contrarias al cristianismo, que
afectan la indisolubilidad y unidad de los esposos y la familia. Así como el
generalizado egoísmo en la sociedad, el hedonismo y la manipulación genética
junto con otros factores como las condiciones económicas, sociales,
psicológicas y civiles las cuales generan graves perturbaciones en las
familias, todo esto como fruto de los cambios sufridos en la sociedad moderna.
La familia por el contrario debiese ser inaugurada a
través del consentimiento libre, personal e irrevocable del matrimonio, del que
surge una institución estable; por lo que está en función de la procreación,
educación de la prole y santificación de sus miembros, como cumbre y corona de
su misión en la Iglesia
y de toda la sociedad humana. Aseguran los padres conciliares en la
constitución Gaudium et Spes, que Dios ha dotado de varios bienes y fines al
matrimonio, los cuales son de una enorme trascendencia para la continuidad del
género humano, para el desarrollo
personal y suerte eterna de cada uno de los miembros de la familia y de toda la
sociedad humana. Aunque el cumplimiento cabal de la misión que poseen las familias se ve
muchas veces impedido por las condiciones de la vida moderna, fomentando por
los gobiernos y el avance de la modernidad con el abandono de los valores y la
promulgación de leyes que atentan contra
la unidad y autonomía de la familia, en especial contra la vida de los hijos.
El encargo que la familia ha recibido por parte de Dios, de perpetuar la vida
se encuentra impedida por el aborto y el infanticidio justificado muchas veces
por la sobrepoblación, por la falta de recursos con los que brindar una vida
digna, los cuales la Iglesia
condena de crímenes nefastos y recuerda que la vida del hombre no se limita a
esta vida, ni se puede medir o entender en orden a ella, sino que la esperanza
de la futura inmortalidad, llevan al hombre a un destino eterno, el cual
encuentra su inicio en la vida actual.
El carácter divino que el concilio le concede a la
familia, es una mirada a los inicios del cristianismo, donde la
Iglesia está formada por familias que empezaban a
creer y se hacían bautizar. De ahí que se pase a comparar a la Unión entre Cristo y la Iglesia , como la Unión de los esposos a
través del santo Matrimonio, según las palabras del Apóstol Pablo en la carta a
los Efesios “por eso dejará el hombre a
su padre y a su madre y se unirá a su esposa y los dos serán una sola carne, gran misterio es este, lo digo
respecto a Cristo y la Iglesia”[3].
Ante lo cual los esposos manifiestan
y participan de este misterio de la unión y amor de Cristo a la Iglesia en sus familias, constituyéndose estas en
Iglesias Domesticas. Al adquirir la familia este carácter de Iglesia domestica,
la Iglesia Universal ,
hace el llamado a la ayuda mutua en la santificación a través de la vida
conyugal, de la procreación y la educación de los hijos. Se constituye por
tanto en escuela de fe y camino de santificación, a través del amor y la ayuda
mutua en las tareas y responsabilidades que adquieren los esposos. De este amor
y unidad de los esposos en el matrimonio se desprende una de las principales
tareas de los cónyuges que es la procreación, a través de la cual, nacen los nuevos ciudadanos, conformando la
sociedad humana, quienes a través del bautismo llegan a ser hijos de Dios y por
ende a formar parte del pueblo de Santo.
La transmisión de la fe constituye uno de los pilares
fundamentales en la Iglesia ,
lo que permite la continuidad de su misión, esta tarea está reservada para la
familia en la que según el Concilio Vaticano II los padres son los primeros
predicadores de la fe a los hijos a través de la palabra y sobre todo del
ejemplo, por lo cual, los padres deben llevar una vida acorde a la voluntad de
Dios. De esta forma se fomenta la vocación a la cual han sido llamados los hijos,
ya sea en el ámbito secular (psicólogos, ingenieros, médicos, bomberos,
policías, etc.) o en lo sagrado (sacerdocio, vida consagrada).
Contrario al continuo avance de la modernidad y la
secularización, la Iglesia
a través del Concilio Vaticano II, resalta en la familia su encargo de ser para
el mundo a través de la vida cotidiana, un reflejo claro de una vida acorde al
evangelio, gran llamado es este que invita a todas las familias católicas a
revisar su participación en esta, su misión. Para el concilio la familia
manifiesta la gloria de Dios a través de la conversión constante de sus
miembros, por lo tanto una vida centrada en el amor hacia el otro, como
antítesis al egoísmo que destruye a la
sociedad, especialmente por los resultados de las dos guerras mundiales, y en
la lucha contra todo aquello que es contrario a los principios cristianos, en
la familia y por ende en la sociedad, todo esto en la cotidianidad de los
católicos, ya sea en su casa, trabajo, momentos de esparcimientos, en la
escuela, en todos los ámbitos de la vida, la familia cristiana esta llamada a
manifestar al mundo la gloria de Dios, el ejemplo de una familia funcional; es hacer partícipe al
mundo de un espectáculo diferente al planteado por el modernismo,
contrario a muchas familias
desestructuradas, disfuncionales; surge un modelo que se mantiene sólido y que
refleja todo el esplendor del orden social, administrado por la Iglesia. La santidad
de los miembros de la familia, haciendo de esta una familia unida a
Cristo, se basa en la entrega abnegada
del uno hacia el otro, del esposo hacia la esposa y viceversa, de los padres
hacia sus hijos y de estos hacia sus padres, siendo testigos en el mundo de la
fe y el amor de Cristo, “con su ejemplo y testimonio acusa al mundo de pecado e
ilumina a los que buscan la verdad”[4].
Como solución a muchas problemáticas que aquejaban y
aquejan a la humanidad, el concilio ve
en la familia el fundamento de la sociedad, especialmente en lo moral, en lo religioso , en lo humano y de
esta el funcionamiento de todos los ámbitos de la vida del hombre, por lo
que llama a la humanidad a formar una
sola familia, en la que los hombres se traten los unos a los otros como
hermanos, donde el padre, y por tanto cabeza de la familia es Dios, una familia
basada en el mandamiento del amor, en la entrega de sí mismo a los demás, lo que llevaría a una
interdependencia de los hombres y la unificación de la humanidad.
Una de las mayores preocupaciones referente a esta institución, es la ruptura de esta a través del divorcio, del abandono del hogar,
de los actos irresponsables dentro de esta, de la violencia que destruye a sus
miembros, por lo que el Concilio Vaticano II invita a las familias a través de
su ejemplo, el manifestar y demostrar la indisolubilidad y santidad del
matrimonio, afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar
cristianamente, labor que la
Iglesia asigna a los padres y tutores, defender la dignidad y
legítima autonomía de la familia; con lo que las familias cooperan con los
demás cristianos y hombres de buena voluntad en la conservación de estos
derechos ante la legislación civil, para que los gobiernos tengan en cuenta las
necesidades de la familia, en lo que respecta a vivienda, educación de los
niños, mejores condiciones de trabajo, seguridad social e impuestos. También la
familia está llamada por el Concilio Vaticano II a la adopción de los niños
abandonados, de recibir con gusto a los forasteros, participación de los padres
en los procesos académicos desarrollados por las escuelas, ayudar
a los jóvenes con sus consejos y medios económicos, ayudar a los novios
a prepararse mejor para el matrimonio, prestar ayuda en la catequesis, sostener
a los matrimonios y familias, que están en peligro material o moral, proveer a
los ancianos no solo de lo indispensable, sino procurarles los justos
beneficios del progreso económico, como parte de su apostolado y camino de
santidad, como verdaderas Iglesias domésticas . En conclusión tanto Juan XXIII como Pablo VI, invitan a
todas las familias a dar el testimonio preciosísimo de Cristo, a través del
ejemplo del matrimonio. Este concilio busca mostrar al mundo la forma como la Iglesia concibe las
distintas problemáticas de la época, en este caso la familia vista desde la Iglesia , su presencia y
actividad en el mundo de hoy, por lo que se dirige no solo a los católicos sino
a toda la humanidad.
[1]
CONCILIO VATICANO II, Documentos Completos. Apostolicam Actuositatem. Ciudad del Vaticano: San Pablo, 1965. Pág. 11
[2]
Ibíd. Apostolicam Actuositatem. Pág. 11.
[3]
BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 31-32. Bilbao: Desclée De Brouwer, Tercera Edición2005. Pág. 1718.
[4]
CONCILIO VATICANO II, Documentos Completos, Lumen Gentium Igl. 35. Ciudad del
Vaticano: San Pablo, 1965. pág. 51.
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