Pensar al padre desde el psicoanálisis, lleva a
postular al padre desde los tres registros, por tanto, hay un padre real,
imaginario y simbólico. El padre real es aquel que se encuentra en la realidad
familiar, con sus características y su propia estructura, con problemas,
dificultades y responsabilidades, con respecto de la familia y la sociedad; el
lugar de este padre real, varía según la cultura y su historia en particular.
Debido a las exigencias culturales y los
sistemas socioeconómicos propios de occidente, este padre real es
siempre un padre carente, que posee inconformismos o desacuerdos, respecto de su función. De
este se espera que haga valer la ley simbólica de la prohibición del incesto, y
le permite al niño el acceso al deseo sexual, por lo que debe dar muestra de
que posee el pene real, permitiendo al niño tener una posición viril. El padre
imaginario está presente en el sujeto, es por tanto una construcción imaginaria
que hace el sujeto en torno a la figura del padre, puede ser un padre ideal o
terrorífico, en todo lugar siempre un padre omnipotente, al cual se le atribuye
la castración. El padre simbólico no es un objeto real, ni un objeto ideal, es
la significación de la que es investido el padre real por parte del niño, esta
significación es la de poseedor del objeto de deseo de la madre, lo que lo
convierte en un padre simbólico, sinónimo de la función paterna, “es un significante sustituido a otro
significante” [1] es descrito por Lacan como
una metáfora, el significante del padre que sustituye al primer significante
introducido a la simbolización, el
significante maternal (S en lugar de S`)[2]. Las funciones y
el rol del padre están predeterminados por las instituciones, le confieren por
tanto su “nombre” padre, y su función como procreador. El lugar del padre está
dado desde la prohibición del incesto, ley primordial y fundamento del Edipo y el conducir al
sujeto hacia la cultura, “la interdicción
del objeto de deseo infantil mediante la prohibición del incesto, circulará
como una regla, y es su presencia lo que
determinará la ubicación del sujeto en la cultura”[3]. De esta manera la figura paterna cumple la
función de incorporar el sujeto a la
cultura, es guiado por el padre, el cual
tiene la función de separar (prohibición) al niño de la madre y de amparar al niño. Al estar el niño
prematuro y en desamparo al momento de nacer, este necesita de un pecho que le brinde la alimentación y de
un nombre, esta necesidad es suplida por la madre y el padre, la madre desde la
alimentación y el padre desde la legitimización e inscripción cultural a través del nombre. En el niño se crea una
confianza entre él y la madre, al este
haber salido de su vientre y constituir el pecho el primer objeto
amparador. Contrario sucede con la
relación entre el padre-hijo, en el cual se instala la duda, esta viene a ser confirmada a través del nombre, el cual
es dado al niño a través de la representación simbólica (ritual) por el padre y
es legitimizado.
El siguiente capítulo, está dedicado al lugar del
padre, a sus funciones, por lo cual se enfatiza en el padre simbólico, basado
en la implicación del orden de lo simbólico en lo que respecta a la estructura
familiar inconsciente y de cómo este determina al sujeto: “la existencia del sujeto humano implica necesariamente un orden
simbólico en el que está inmerso y que lo determina”[4]. Para Lacan el
significante del Nombre-del-Padre, es fundamental en la construcción de la
subjetividad “el Nombre-del-Padre existe
como significante que sostiene el orden simbólico”[5] , aunque Lacan
considera que este no basta para la construcción de la subjetividad, por lo que
haría falta un padre que encarnara esa función, de esta forma lo simbólico
recubre lo real “Hace falta un padre que encarne
esa función y la haga existir como real”[6], “la asunción de la
función del padre supone una relación simbólica simple donde lo simbólico
recubriría plenamente lo real.”[7]
Con el surgimiento del padre simbólico, este brinda al
sujeto una guía (modelo funcional) que garantiza en el sujeto ahora
individualizado a través del lugar que ocupa en la cultura, una sana respuesta
a la soledad y el desamparo. Este
interviene en una frustración (deseo incestuoso), a través de un acto
imaginario (agresión del padre, fantaseada por el niño) que prohíbe un objeto
real, la madre. A través de la prohibición, el padre aparece en su doble
función, prohibir y guiar, pero a la vez se muestra ante el niño como quien
prohíbe a la madre y transgrede la
ley acostándose con ella. Se apoya en la
ley pero transgrediéndola, de esta forma humaniza la ley, hace de ella algo vivo, por
tanto el padre no solo está en función de la prohibición, este también goza, es
así como se humaniza a la persona,
enseña cómo se puede vivir con ella y como esta lo humaniza, lo conduce hacia
la cultura. Lo que constituye en el niño una encarnación de la ley en el deseo,
con la prohibición de la madre, el padre muestra al niño, el camino para llegar
al propio deseo, se goza sin transgredir la ley. En lo que respecta ser un padre, el niño lo
pierde en lo que a la elección de objeto respecta, pero se instala el ideal “ser un padre supone la discriminación entre el yo y el ideal,
entendido como algo que le falta al yo”[8]. El padre asume a
través de la prohibición y la transgresión de la ley, la cual conduce al niño a
la búsqueda de su propio deseo, la función de instrumento. Esta función de
instrumento va desde la entrada del niño a la cultura, en la legitimización del
niño, como en la constitución de la
subjetividad. Es quien hace que el niño
pase del deseo más allá del de la madre, ayudando al niño a constituir su
subjetividad; deja por tanto el niño
de ser un objeto del deseo de la madre, para constituirse en sujeto, sujeto de
la palabra.
[1]
LACAN, Jacques. SEMINARIO 5 “Las Formaciones del Inconsciente”. Buenos aires: Editorial Paidos 1999, pág. 77
[2] Ibíd. pág. 77
[3] Op.cit.
Berenstein, Isidoro. pág. 24.
[4] Op.cit.
Berenstein, Isidoro. pág. 104.
[5]
MORALES, Helí y GERBER, Daniel. Las Suplencias del Nombre-del-Padre. Madrid:
Editorial Siglo Veintiuno – 1998. Pág. 27.
[6]
Ibíd. Pág. 27.
[7]
Ibíd. Pág. 28.
[8] Op.cit.
Berenstein, Isidoro. Pág. 133.
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