viernes, 26 de octubre de 2012

EL LUGAR DEL PADRE




Pensar al padre desde el psicoanálisis, lleva a postular al padre desde los tres registros, por tanto, hay un padre real, imaginario y simbólico. El padre real es aquel que se encuentra en la realidad familiar, con sus características y su propia estructura, con problemas, dificultades y responsabilidades, con respecto de la familia y la sociedad; el lugar de este padre real, varía según la cultura y su historia en particular. Debido a las exigencias culturales y los  sistemas socioeconómicos propios de occidente, este padre real es siempre un padre carente, que posee inconformismos  o desacuerdos, respecto de su función. De este se espera que haga valer la ley simbólica de la prohibición del incesto, y le permite al niño el acceso al deseo sexual, por lo que debe dar muestra de que posee el pene real, permitiendo al niño tener una posición viril. El padre imaginario está presente en el sujeto, es por tanto una construcción imaginaria que hace el sujeto en torno a la figura del padre, puede ser un padre ideal o terrorífico, en todo lugar siempre un padre omnipotente, al cual se le atribuye la castración. El padre simbólico no es un objeto real, ni un objeto ideal, es la significación de la que es investido el padre real por parte del niño, esta significación es la de poseedor del objeto de deseo de la madre, lo que lo convierte en un padre simbólico, sinónimo de la función paterna, “es un significante sustituido a otro significante” [1] es descrito por Lacan como una metáfora, el significante del padre que sustituye al primer significante introducido  a la simbolización, el significante maternal (S en lugar de S`)[2]. Las funciones y el rol del padre están predeterminados por las instituciones, le confieren por tanto su “nombre” padre, y su función como procreador. El lugar del padre está dado desde la prohibición del incesto, ley primordial  y fundamento del Edipo y el conducir al sujeto hacia la cultura, “la interdicción del objeto de deseo infantil mediante la prohibición del incesto, circulará como una regla,  y es su presencia lo que determinará la ubicación del sujeto en la cultura”[3].   De esta manera la figura paterna cumple la función de incorporar el sujeto  a la cultura, es guiado por el padre, el cual  tiene la función de separar (prohibición) al niño de la madre   y de amparar al niño. Al estar el niño prematuro y en desamparo al momento de nacer, este necesita de  un pecho que le brinde la alimentación y de un nombre, esta necesidad es suplida por la madre y el padre, la madre desde la alimentación y el padre desde la legitimización e inscripción cultural  a través del nombre. En el niño se crea una confianza entre él  y la madre, al este haber salido de su vientre y constituir el pecho el primer objeto amparador.  Contrario sucede con la relación entre el padre-hijo, en el cual se instala la duda, esta viene  a ser confirmada a través del nombre, el cual es dado al niño a través de la representación simbólica (ritual) por el padre y es legitimizado.

El siguiente capítulo, está dedicado al lugar del padre, a sus funciones, por lo cual se enfatiza en el padre simbólico, basado en la implicación del orden de lo simbólico en lo que respecta a la estructura familiar inconsciente y de cómo este determina al sujeto: “la existencia del sujeto humano implica necesariamente un orden simbólico en el que está inmerso y que lo determina”[4]. Para Lacan el significante del Nombre-del-Padre, es fundamental en la construcción de la subjetividad “el Nombre-del-Padre existe como significante que sostiene el orden simbólico”[5] , aunque Lacan considera que este no basta para la construcción de la subjetividad, por lo que haría falta un padre que encarnara esa función, de esta forma lo simbólico recubre lo real “Hace falta un padre que encarne esa función y la haga existir como real”[6], “la asunción de la función del padre supone una relación simbólica simple donde lo simbólico recubriría plenamente lo real.”[7]

Con el surgimiento del padre simbólico, este brinda al sujeto una guía (modelo funcional) que garantiza en el sujeto ahora individualizado a través del lugar que ocupa en la cultura, una sana respuesta a la soledad y el desamparo.  Este interviene en una frustración (deseo incestuoso), a través de un acto imaginario (agresión del padre, fantaseada por el niño) que prohíbe un objeto real, la madre. A través de la prohibición, el padre aparece en su doble función, prohibir y guiar, pero a la vez se muestra ante el niño como quien prohíbe a la madre  y transgrede la ley  acostándose con ella. Se apoya en la ley pero transgrediéndola, de  esta forma  humaniza la ley, hace de ella algo vivo, por tanto el padre no solo está en función de la prohibición, este también goza, es así como  se humaniza a la persona, enseña cómo se puede vivir con ella y como esta lo humaniza, lo conduce hacia la cultura. Lo que constituye en el niño una encarnación de la ley en el deseo, con la prohibición de la madre, el padre muestra al niño, el camino para llegar al propio deseo, se goza sin transgredir la ley.   En lo que respecta ser un padre, el niño lo pierde  en lo que  a la elección de objeto respecta,  pero se instala el ideal “ser un padre supone la discriminación entre el yo y el ideal, entendido como algo que le falta al yo”[8]. El padre asume a través de la prohibición y la transgresión de la ley, la cual conduce al niño a la búsqueda de su propio deseo, la función de instrumento. Esta función de instrumento va desde la entrada del niño a la cultura, en la legitimización del niño,  como en la constitución de la subjetividad. Es quien hace que el  niño pase del deseo más allá del de la madre, ayudando al niño a constituir su subjetividad; deja por tanto el niño de ser un objeto del deseo de la madre, para constituirse en sujeto, sujeto de la palabra. 


[1] LACAN, Jacques. SEMINARIO 5 “Las Formaciones del Inconsciente”.  Buenos aires: Editorial Paidos 1999, pág. 77
[2]  Ibíd. pág. 77
[3] Op.cit. Berenstein, Isidoro. pág. 24.
[4] Op.cit. Berenstein, Isidoro. pág. 104.
[5] MORALES, Helí y GERBER, Daniel. Las Suplencias del Nombre-del-Padre. Madrid: Editorial Siglo Veintiuno – 1998. Pág. 27.
[6] Ibíd.  Pág. 27.
[7] Ibíd.  Pág. 28.
[8] Op.cit. Berenstein, Isidoro. Pág. 133.

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