viernes, 12 de octubre de 2012

APORTES DE LA IGLESIA CATÓLICA A LA CONSTRUCCIÓN DE UN MODELO DE FAMILIA CRISTIANA



El proceso de construcción de un modelo de familia, desde el Catolicismo, encuentra sus orígenes en  una tradición más antigua, que posee  en si misma todo un proceso histórico y cultural. Los primeros cristianos, procedentes del judaísmo, poseían una organización social y familiar, basada en el culto a YHWH. La familia por tanto tenía el deber de continuar la obra procreadora y educadora de Dios, a través de la trasmisión de la vida y las enseñanzas de Moisés, contenida en la Thorá. Esta influencia es la que genera en la naciente religión, un modelo único y con una organización más, desde el  desarrollo familiar y nacional, que individual. Es en la familia, donde el cristianismo encuentra su inicio y pronto auge como portadora de una nueva visión del mundo, la cual era aceptada por la cabeza “El padre” y por tanto acogida por los demás miembros de la familia; a diferencia de otras, que poseían una serie de creencias y de dioses, la familia cristiana se organizaba en torno a la tradición judía, en la creencia de un Dios todopoderoso, único y señor de todo y en la convicción de anunciar a través del mismo testimonio y la predicación una nueva esperanza, en un Dios que se hace hombre y redentor de la humanidad, poco atractiva y confusa tanto para el mundo judío como el mundo griego y romano “Así, mientras  los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”[1].
A través del desarrollo histórico de la Iglesia, se fue extendiendo un modelo de familia, propio y con características que lo diferenciaban del modelo de familia judía. La predicación del amor como mandamiento indispensable para alcanzar de Dios la salvación, llevó a las familias cristianas a poseer una organización semejante a la Iglesia universal; por lo que se constituyeron en Iglesias domesticas, las cuales tenían como objetivo la generación de nuevas vidas y la educación de  estas. En diferentes concilios y encíclicas, la Iglesia ha estructurado desde las enseñanzas propias del Cristianismo, una familia a imagen del amor que Cristo tiene por la Iglesia, que constituye una entrega absoluta, hasta entregar la vida “Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí misma por ella”[2].  

Tanto el matrimonio como la familia, surgen como fruto de una vocación innata y a la cual se encuentra llamado todo ser humano, “El amor”. Al encontrarse la familia inspirada en la relación que Dios tiene con la Iglesia y cuya razón de ser es el amor, aquellos que la conforman partiendo desde la relación entre los esposos, deben actuar desde la libertad y el autodominio, por lo cual el amor entre los esposos se constituye un darse al otro, un don de Sí mismo, en la comunión con Dios y con los demás. Ante lo cual, los esposos se encuentran en la necesidad de estar en común-unión con el otro, es un darse al otro de manera recíproca, por lo cual el esposo se da a su esposa y la esposa se da a su esposo en lo que llama  la tradición cristiana ser una sola carne “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne[3]. Es esta entrega recíproca entre los esposos,  la que permite en la constitución de una familia cumplir el deber de generar y educar nuevas vidas, es aquí donde  se evidencia la comunión entre los esposos, en una unión que se  realiza a través del amor que se tienen y se le trasmite al otro, como unidos en un objetivo común tanto para el esposo como la esposa, la construcción de una familia. Por lo cual el hombre se realiza a sí mismo a través de la entrega total y humana, hacia su esposa, de esta forma la mujer no puede convertirse en un objeto de dominio y de posesión masculina; la mujer no está para la satisfacción sexual, es el hombre quien debe dar el amor a su mujer, en una entrega total y desinteresada, no se tiene una mujer como objeto de goce, sino que el esposo debe reconocer la dignidad tanto cristiana y humana que posee “En todo caso, también vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo…”[4].

El carácter espiritual y sagrado del matrimonio y la familia cristiana, se encuentra en la representación de estos como un signo visible de una realidad invisible, un sacramento. El sacramento del matrimonio expresa la acción de un Dios invisible, que se manifiesta a través del amor de los esposos, los cuales mediante su cuerpo (visible), que constituye el acto conyugal, manifiestan la entrega que Dios hace al hombre, de su verdad y amor,   lo que constituye una  realidad espiritual, trascendente y divina, que une al hombre (material, corporal) a Dios (espiritual, divino), por tanto, el amor conyugal, se presenta como un acto que parte de lo tangible y experienciable para el hombre,  la sexualidad, y manifiesta lo intangible e inalcanzable para el hombre, a Dios. La consideración de la sexualidad como una realidad sucia, pecaminosa o como un mal necesario, no se encuentra en el orden de lo cristiano, si no que expresa la influencia de elementos maniqueistas en la forma de comprender y vivir la sexualidad los católicos y occidentales “Solamente la abolición de la sexualidad y la separación absoluta de los sexos provocarán la ruina definitiva de las Tinieblas, el final de su reino maléfico”[5], que no representa la moral católica, este pensamiento es rechazado por la Iglesia Católica, al considerar una realidad de carácter divino y humano como algo, contrario a Dios, es por tanto la sexualidad un don de Dios, y manifestación de su verdad y amor.


Para la tradición católica, la familia se constituye a través de la unión de un hombre y una mujer, y los hijos como fruto de esta comunión. Al estar inspirada en la relación de Cristo y la Iglesia, el matrimonio y la familia católica, no puede estar conformada por dos personas del mismo sexo “No te acostarás con varón como con Mujer: es una abominación”[6],  “Si un varón se acuesta con otro varón, como se hace con una mujer, ambos han cometido una abominación…”[7]. Cristo, que nació de la Virgen María, como verdadero hombre “Varón”, es signo del esposo, el cual es de género masculino. El amor de Cristo, es por tanto amor de esposo y se convierte en prototipo  de todo amor humano, en especial del amor con el que deben los hombres (varón) amar a sus esposas, el mismo amor con el que Dios amó a Israel,  signo del amor masculino, en el que la mujer recibe de su esposo el amor, y así  ella pueda amar  a su vez, en un acto de reciprocidad. Continuando esta misma comparación o mejor este signo del amor de Dios a su Iglesia y la humanidad, manifestado  en  el matrimonio y la familia; todos los seres humanos son  receptivos de este amor y lo comunican a los demás, y regresa esta experiencia de amor a aquel que amo primero (Dios). El hombre (varón) comunica el amor a su esposa y esta a su vez en la experiencia de este amor lo comunica a su esposo, a sus hijos y a los demás. Es así que en la dinámica familiar, es el esposo el que está llamado a amar primero “Me has robado el corazón, hermana mía y novia mía, me has robado el corazón con una sola mirada, con una vuelta de tu collar”[8],  a donarse a Sí mismo, y la esposa es por tanto la amada “Yo soy para mi amado objeto de su deseo”[9].


 A través del  acto de asumir la sexualidad de cada uno, el esposo lo masculino y la esposa lo femenino, se llega a la unión, en el que se complementan cada uno desde su sexualidad, que hace verdadera  y efectiva, la generación y educación de los hijos. Todo este acto de amor mutuo, de amar en la libertad de ser cada uno sí mismo,  el cual brinda armonía en la relación entre los esposos, repercute en un sano desarrollo y educación  de los hijos. Al ser un acto mutuo y libre, excluye todo tipo de sumisión, la mujer no puede ser considerada una esclava o un objeto, sino que en la unión se complementan y  ayudan mutuamente, en una donación, o entrega libre, como si se tratara de una sumisión mutua, en la que el hombre da a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. La disposición del cuerpo en esta sumisión, no se encuentra en la administración individual y egoísta de cada uno;  de esta forma la mujer no dispone de su cuerpo, es su marido quien dispone de este, de igual forma el marido no dispone de su cuerpo, es la mujer quien dispone del cuerpo de su marido, parecería un acto posesivo, pero es en realidad lo que constituye una verdadera entrega en la que se poseen mutua y libremente. La administración del cuerpo del otro lleva a cada uno, esposo y esposa a reconocer las propias limitaciones, expresadas en la humildad y el respeto hacia el otro, se convierte en un ejercicio de amor cristiano día tras día, en el que lo distinto del otro, no se puede convertir, ni considerar como una dificultad o un problema, por lo cual la comunión no equivale a una igualdad de puntos de vista, sino el complementarse en la diversidad, en un verdadero acto de amor. Es  a través de este amor, que  los padres llevan a cabo su misión de generar y educar nuevas vidas, el cual se manifiesta en la medida que asuman su rol y funciones dentro de la familia "Desde el primer momento, los hijos son testigos inexorables de la vida de sus padres. No os dais cuenta, pero lo juzgan todo, y a veces os juzgan mal. De manera que las cosas que suceden en el hogar influyen para bien o para mal en vuestras criaturas. Procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez. Sois para ellos como un libro abierto"[10], los hijos necesitan para su integro y sano desarrollo de las dos figuras (padre  y madre) “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la exhortación según el señor”[11].  El deber de los padres de educar a sus hijos, debe estar guiado e inspirado en el amor vivido y experimentado en la relación conyugal, a través del afecto y la ternura, de quienes constituyen el fruto de su amor, sin descuidar los llamados al orden y las correcciones, la cual es una tarea mutua y solidaria; la educación de los hijos es por tanto un compromiso compartido en el que participa tanto el padre desde su lugar de cabeza de la familia, como la esposa como ayuda y complemento adecuado en la dinámica familiar.

Para  la Iglesia Católica, la mujer cumple un doble papel  en la familia, ser madre y esposa. La maternidad es por tanto considerada como la apertura a la nueva persona, en la cual  la madre es parte especial y fundamental del desarrollo de su hijo, donde el padre queda como deudor con la madre, al ser ella quien asume la gestación y los cuidados postparto, pero en este doble papel de madre y esposa es donde la mujer encuentra su plenitud, en la disponibilidad de donarse sinceramente a sí misma, en el amor a su esposo y en la crianza de los hijos.

El hombre por su parte, cumple el doble papel de padre y esposo, con el deber de dar el amor a su esposa y saldar la deuda que tiene con ella en el momento de gestar a los hijos. El auténtico amor conyugal exige al hombre profundo respeto  por la igual dignidad de la mujer, por tanto, basado en las enseñanzas de San Ambrosio, “el hombre no es el amo de su mujer, sino su marido, por lo que no se la ha sido dada como esclava sino como mujer[12]”. Así, a  través del amor a su esposa y el amor a sus hijos, el hombre puede comprender y realizar la paternidad, en garantizar el desarrollo unitario de cada uno de todos  los miembros de la familia.  El padre está llamado a romper la simbiosis del hijo con la madre, en ayudar al hijo a ser adulto, al sostenimiento y acompañamiento de la mujer desde el parto.

En lo que respecta a los hijos en el modelo de familia cristiana, poseen desde el momento de la gestación, la dignidad de hijos de Dios y personas humanas, los cuales deben ser educados en la ley de Dios, a través de la propia obediencia de los padres; estos no son dueños de los hijos, sino, que son realmente colaboradores de Dios en la generación de los hijos que él les quiera conceder.
Finalmente, esta forma de entender y constituir la familia es vivida por muchos católicos en el mundo, guiados por el deseo de poseer una familia acorde a la enseñanza de la Iglesia. La mayor parte de estas familias, surgen de los nuevos movimientos y comunidades que Dios ha concedido a la Iglesia, como el Camino Neocatecumenal, el Opus Dei, la Renovación Carismática, entre muchos otros, frutos de la renovación de la Iglesia en el Concilio Vaticano II. La experiencia de esta realidad en el Camino Neocatecumenal   es de las más representativas, así como la Iglesia surgió de las familias judías que se convertían al cristianismo a través de la predicación de los apóstoles y luego ellos continuaban esta obra, el Camino Neocatecumenal rescata esta tradición y es a través de la familia y la trasmisión de la fe a los hijos, que se vive la experiencia de la fe, de los sacramentos, de Dios mismo. Estas familias se encuentran constituidas por Papá, Mamá e Hijos, quizás pueda parecer algo común, pero lo característico de estas familias está en la estructura y organización del grupo familiar en el que los padres asumen su papel y función, sin perder su lugar, y en el gran número de hijos  que poseen, algunas pueden tener hasta 15 hijos o más, y en medio de su experiencia de fe ser capaces de irse en lo que constituye para el Camino Neocatecumenal, las familias en misión, familias que con sus muchos hijos, con sus limitaciones y con las dificultades características de toda familia, lo dejan todo y se van a otros países a anunciar el evangelio a través del testimonio, estas familias surgen como verdaderos signos, modelo y ejemplos de lo posible que es vivir acorde a la fe, propia del catolicismo, muestran al mundo que si es posible, son realmente signo visible de una realidad invisible, necedad para los mas inteligentes, escándalo para los mas religiosos, "Iglesia Santa de Dios, tú no puedes hacer tu misión, no puedes cumplir tu misión en el mundo, si no por la familia y su misión. Yo pienso que vosotros como familias itinerantes, neocatecumenales, hacéis lo mismo, siendo la finalidad de vuestra itinerancia llevar a cualquier parte, en los ámbitos más descristianizados el testimonio de la misión de la familia. Es un testimonio grande, humanamente grande, cristianamente grande, divinamente grande porque tal testimonio, la misión de la familia, es inscrita por fin en el surco de la Santa Trinidad"[13]



[1] BIBLIA DE JERUSALEM. 1 Corintios 1, 22 – 25. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005. Pág. 1674.
[2] BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 25. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005. Pág. 1718.
[3] BIBLIA DE JERUSALEM. Génesis 2, 24. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005. Pág. 16.
[4] BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 13b. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005.  Pág. 1718.
[5] PUECH, Henri-Charles.  SOBRE EL MANIQUEISMO Y OTROS ENSAYOS. Mayo: Ediciones Siruela. S.A.  2006. Pág. 31
[6] BIBLIA DE JERUSALEM. Levítico 18, 22. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005. Pág. 142.
[7] Ibíd. Levítico 20, 13. Pág. 144.
[8] BIBLIA DE JERUSALEM. Cantar de los cantares 4, 9. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005.   Pág. 826.
[9] Ibíd.  Cantar de los cantares 7, 11. Pág. 830.
[10]ESCRIVÁ DE BALAGUER, San José María, La Educación de los Hijos.  (Documento electrónico en línea): http://www.es.josemariaescriva.info/articulo/la-educacion-de-los-hijos
[11] BIBLIA DE JERUSALEM, Efesios 6, 4. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición 2005. Pág. 1718.

[12] JUAN PABLO II, Papa.  Exhortación Apostólica Familiaris Consortio.  (Documento electrónico en línea): http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio_sp.html
[13] Juan Pablo II,  Papa. Discurso a las familias en misión.  College International Redemptoris Mater – Strasbourg, 1998.  (Documento electrónico en línea): http://www.redmatstrasb.com/esp/benoit_esp.html 

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