El proceso de construcción de un
modelo de familia, desde el Catolicismo, encuentra sus orígenes en una tradición más antigua, que posee en si misma todo un proceso histórico y
cultural. Los primeros cristianos, procedentes del judaísmo, poseían una
organización social y familiar, basada en el culto a YHWH. La familia por tanto
tenía el deber de continuar la obra procreadora y educadora de Dios, a través
de la trasmisión de la vida y las enseñanzas de Moisés, contenida en la Thorá. Esta influencia
es la que genera en la naciente religión, un modelo único y con una
organización más, desde el desarrollo
familiar y nacional, que individual. Es en la familia, donde el cristianismo
encuentra su inicio y pronto auge como portadora de una nueva visión del mundo,
la cual era aceptada por la cabeza “El padre” y por tanto acogida por los demás
miembros de la familia; a diferencia de otras, que poseían una serie de
creencias y de dioses, la familia cristiana se organizaba en torno a la
tradición judía, en la creencia de un Dios todopoderoso, único y señor de todo
y en la convicción de anunciar a través del mismo testimonio y la predicación
una nueva esperanza, en un Dios que se hace hombre y redentor de la humanidad,
poco atractiva y confusa tanto para el mundo judío como el mundo griego y
romano “Así, mientras los judíos piden signos y los griegos buscan
sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los
judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que
griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”[1].
A través del desarrollo histórico de
la Iglesia ,
se fue extendiendo un modelo de familia, propio y con características que lo
diferenciaban del modelo de familia judía. La predicación del amor como
mandamiento indispensable para alcanzar de Dios la salvación, llevó a las
familias cristianas a poseer una organización semejante a la Iglesia universal; por lo
que se constituyeron en Iglesias domesticas, las cuales tenían como objetivo la
generación de nuevas vidas y la educación de
estas. En diferentes concilios y encíclicas, la Iglesia ha estructurado
desde las enseñanzas propias del Cristianismo, una familia a imagen del amor
que Cristo tiene por la
Iglesia , que constituye una entrega absoluta, hasta entregar
la vida “Maridos, amad a vuestras esposas
como Cristo amó a la Iglesia
y se entregó a sí misma por ella”[2].
Tanto el matrimonio como la familia,
surgen como fruto de una vocación innata y a la cual se encuentra llamado todo
ser humano, “El amor”. Al encontrarse la familia inspirada en la relación que
Dios tiene con la Iglesia
y cuya razón de ser es el amor, aquellos que la conforman partiendo desde la
relación entre los esposos, deben actuar desde la libertad y el autodominio,
por lo cual el amor entre los esposos se constituye un darse al otro, un don de
Sí mismo, en la comunión con Dios y con los demás. Ante lo cual, los esposos se
encuentran en la necesidad de estar en común-unión con el otro, es un darse al
otro de manera recíproca, por lo cual el esposo se da a su esposa y la esposa
se da a su esposo en lo que llama la
tradición cristiana ser una sola carne “Por
eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una
sola carne[3].
Es esta entrega recíproca entre los esposos, la que permite en la constitución de una
familia cumplir el deber de generar y educar nuevas vidas, es aquí donde se evidencia la comunión entre los esposos,
en una unión que se realiza a través del
amor que se tienen y se le trasmite al otro, como unidos en un objetivo común
tanto para el esposo como la esposa, la construcción de una familia. Por lo
cual el hombre se realiza a sí mismo a través de la entrega total y humana,
hacia su esposa, de esta forma la mujer no puede convertirse en un objeto de
dominio y de posesión masculina; la mujer no está para la satisfacción sexual,
es el hombre quien debe dar el amor a su mujer, en una entrega total y
desinteresada, no se tiene una mujer como objeto de goce, sino que el esposo
debe reconocer la dignidad tanto cristiana y humana que posee “En todo caso, también vosotros, que cada uno
ame a su mujer como a sí mismo…”[4].
El carácter espiritual y sagrado del
matrimonio y la familia cristiana, se encuentra en la representación de estos
como un signo visible de una realidad invisible, un sacramento. El sacramento
del matrimonio expresa la acción de un Dios invisible, que se manifiesta a
través del amor de los esposos, los cuales mediante su cuerpo (visible), que
constituye el acto conyugal, manifiestan la entrega que Dios hace al hombre, de
su verdad y amor, lo que constituye
una realidad espiritual, trascendente y
divina, que une al hombre (material, corporal) a Dios (espiritual, divino), por
tanto, el amor conyugal, se presenta como un acto que parte de lo tangible y
experienciable para el hombre, la
sexualidad, y manifiesta lo intangible e inalcanzable para el hombre, a Dios.
La consideración de la sexualidad como una realidad sucia, pecaminosa o como un
mal necesario, no se encuentra en el orden de lo cristiano, si no que expresa
la influencia de elementos maniqueistas en la forma de comprender y vivir la
sexualidad los católicos y occidentales “Solamente
la abolición de la sexualidad y la separación absoluta de los sexos provocarán
la ruina definitiva de las Tinieblas, el final de su reino maléfico”[5],
que no representa la moral católica, este pensamiento es rechazado por la Iglesia Católica ,
al considerar una realidad de carácter divino y humano como algo, contrario a
Dios, es por tanto la sexualidad un don de Dios, y manifestación de su verdad y
amor.
Para la tradición católica, la
familia se constituye a través de la unión de un hombre y una mujer, y los
hijos como fruto de esta comunión. Al estar inspirada en la relación de Cristo
y la Iglesia ,
el matrimonio y la familia católica, no puede estar conformada por dos personas
del mismo sexo “No te acostarás con varón
como con Mujer: es una abominación”[6], “Si un varón se acuesta con otro varón, como
se hace con una mujer, ambos han cometido una abominación…”[7].
Cristo, que nació de la
Virgen María , como verdadero hombre “Varón”, es signo del
esposo, el cual es de género masculino. El amor de Cristo, es por tanto amor de
esposo y se convierte en prototipo de
todo amor humano, en especial del amor con el que deben los hombres (varón)
amar a sus esposas, el mismo amor con el que Dios amó a Israel, signo del amor masculino, en el que la mujer
recibe de su esposo el amor, y así ella
pueda amar a su vez, en un acto de
reciprocidad. Continuando esta misma comparación o mejor este signo del amor de
Dios a su Iglesia y la humanidad, manifestado
en el matrimonio y la familia;
todos los seres humanos son receptivos
de este amor y lo comunican a los demás, y regresa esta experiencia de amor a
aquel que amo primero (Dios). El hombre (varón) comunica el amor a su esposa y
esta a su vez en la experiencia de este amor lo comunica a su esposo, a sus
hijos y a los demás. Es así que en la dinámica familiar, es el esposo el que
está llamado a amar primero “Me has
robado el corazón, hermana mía y novia mía, me has robado el corazón con una
sola mirada, con una vuelta de tu collar”[8], a donarse a Sí mismo, y la esposa es por
tanto la amada “Yo soy para mi amado
objeto de su deseo”[9].
A través del
acto de asumir la sexualidad de cada uno, el esposo lo masculino y la
esposa lo femenino, se llega a la unión, en el que se complementan cada uno
desde su sexualidad, que hace verdadera
y efectiva, la generación y educación de los hijos. Todo este acto de
amor mutuo, de amar en la libertad de ser cada uno sí mismo, el cual brinda armonía en la relación entre
los esposos, repercute en un sano desarrollo y educación de los hijos. Al ser un acto mutuo y libre,
excluye todo tipo de sumisión, la mujer no puede ser considerada una esclava o
un objeto, sino que en la unión se complementan y ayudan mutuamente, en una donación, o entrega
libre, como si se tratara de una sumisión mutua, en la que el hombre da a su
mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. La disposición del cuerpo
en esta sumisión, no se encuentra en la administración individual y egoísta de
cada uno; de esta forma la mujer no
dispone de su cuerpo, es su marido quien dispone de este, de igual forma el
marido no dispone de su cuerpo, es la mujer quien dispone del cuerpo de su
marido, parecería un acto posesivo, pero es en realidad lo que constituye una
verdadera entrega en la que se poseen mutua y libremente. La administración del
cuerpo del otro lleva a cada uno, esposo y esposa a reconocer las propias limitaciones,
expresadas en la humildad y el respeto hacia el otro, se convierte en un
ejercicio de amor cristiano día tras día, en el que lo distinto del otro, no se
puede convertir, ni considerar como una dificultad o un problema, por lo cual
la comunión no equivale a una igualdad de puntos de vista, sino el
complementarse en la diversidad, en un verdadero acto de amor. Es a través de este amor, que los padres llevan a cabo su misión de generar
y educar nuevas vidas, el cual se manifiesta en la medida que asuman su rol y
funciones dentro de la familia "Desde
el primer momento, los hijos son testigos inexorables de la vida de sus padres.
No os dais cuenta, pero lo juzgan todo, y a veces os juzgan mal. De manera que
las cosas que suceden en el hogar influyen para bien o para mal en vuestras
criaturas. Procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad,
procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la
corona de vuestra madurez y de vuestra vejez. Sois para ellos como un libro
abierto"[10],
los hijos necesitan para su integro y sano desarrollo de las dos figuras
(padre y madre) “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien
mediante la instrucción y la exhortación según el señor”[11]. El deber de los padres de educar a sus hijos,
debe estar guiado e inspirado en el amor vivido y experimentado en la relación
conyugal, a través del afecto y la ternura, de quienes constituyen el fruto de
su amor, sin descuidar los llamados al orden y las correcciones, la cual es una
tarea mutua y solidaria; la educación de los hijos es por tanto un compromiso
compartido en el que participa tanto el padre desde su lugar de cabeza de la
familia, como la esposa como ayuda y complemento adecuado en la dinámica
familiar.
Para
la Iglesia Católica ,
la mujer cumple un doble papel en la
familia, ser madre y esposa. La maternidad es por tanto considerada como la
apertura a la nueva persona, en la cual
la madre es parte especial y fundamental del desarrollo de su hijo,
donde el padre queda como deudor con la madre, al ser ella quien asume la
gestación y los cuidados postparto, pero en este doble papel de madre y esposa
es donde la mujer encuentra su plenitud, en la disponibilidad de donarse
sinceramente a sí misma, en el amor a su esposo y en la crianza de los hijos.
El hombre por su parte, cumple el
doble papel de padre y esposo, con el deber de dar el amor a su esposa y saldar
la deuda que tiene con ella en el momento de gestar a los hijos. El auténtico
amor conyugal exige al hombre profundo respeto
por la igual dignidad de la mujer, por tanto, basado en las enseñanzas
de San Ambrosio, “el hombre no es el amo
de su mujer, sino su marido, por lo que no se la ha sido dada como esclava sino
como mujer[12]”.
Así, a través del amor a su esposa y
el amor a sus hijos, el hombre puede comprender y realizar la paternidad, en
garantizar el desarrollo unitario de cada uno de todos los miembros de la familia. El padre está llamado a romper la simbiosis
del hijo con la madre, en ayudar al hijo a ser adulto, al sostenimiento y
acompañamiento de la mujer desde el parto.
En lo que respecta a los hijos en el
modelo de familia cristiana, poseen desde el momento de la gestación, la
dignidad de hijos de Dios y personas humanas, los cuales deben ser educados en
la ley de Dios, a través de la propia obediencia de los padres; estos no son
dueños de los hijos, sino, que son realmente colaboradores de Dios en la
generación de los hijos que él les quiera conceder.
Finalmente, esta forma de entender y
constituir la familia es vivida por muchos católicos en el mundo, guiados por
el deseo de poseer una familia acorde a la enseñanza de la Iglesia. La mayor
parte de estas familias, surgen de los nuevos movimientos y comunidades que
Dios ha concedido a la Iglesia ,
como el Camino Neocatecumenal, el Opus Dei, la Renovación Carismática ,
entre muchos otros, frutos de la renovación de la Iglesia en el Concilio
Vaticano II. La experiencia de esta realidad en el Camino Neocatecumenal es de las más representativas, así como la Iglesia surgió de las
familias judías que se convertían al cristianismo a través de la predicación de
los apóstoles y luego ellos continuaban esta obra, el Camino Neocatecumenal
rescata esta tradición y es a través de la familia y la trasmisión de la fe a
los hijos, que se vive la experiencia de la fe, de los sacramentos, de Dios
mismo. Estas familias se encuentran constituidas por Papá, Mamá e Hijos, quizás
pueda parecer algo común, pero lo característico de estas familias está en la
estructura y organización del grupo familiar en el que los padres asumen su
papel y función, sin perder su lugar, y en el gran número de hijos que poseen, algunas pueden tener hasta 15
hijos o más, y en medio de su experiencia de fe ser capaces de irse en lo que
constituye para el Camino Neocatecumenal, las familias en misión, familias que
con sus muchos hijos, con sus limitaciones y con las dificultades
características de toda familia, lo dejan todo y se van a otros países a
anunciar el evangelio a través del testimonio, estas familias surgen como
verdaderos signos, modelo y ejemplos de lo posible que es vivir acorde a la fe,
propia del catolicismo, muestran al mundo que si es posible, son realmente signo visible de una realidad invisible,
necedad para los mas inteligentes, escándalo para los mas religiosos, "Iglesia Santa de Dios, tú no puedes hacer tu
misión, no puedes cumplir tu misión en el mundo, si no por la familia y su
misión. Yo pienso que vosotros como familias itinerantes, neocatecumenales,
hacéis lo mismo, siendo la finalidad de vuestra itinerancia llevar a cualquier
parte, en los ámbitos más descristianizados el testimonio de la misión de la
familia. Es un testimonio grande, humanamente grande, cristianamente grande,
divinamente grande porque tal testimonio, la misión de la familia, es inscrita
por fin en el surco de la
Santa Trinidad "[13]
[1]
BIBLIA DE JERUSALEM. 1 Corintios 1, 22 – 25. Bilbao: Desclée de Brouwer,
Tercera Edición 2005. Pág. 1674.
[2]
BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 25. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición
2005. Pág. 1718.
[3]
BIBLIA DE JERUSALEM. Génesis 2, 24. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición
2005. Pág. 16.
[4]
BIBLIA DE JERUSALEM. Efesios 5, 13b. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera
Edición 2005. Pág. 1718.
[5] PUECH,
Henri-Charles. SOBRE EL MANIQUEISMO Y
OTROS ENSAYOS. Mayo: Ediciones Siruela. S.A.
2006. Pág. 31
[6]
BIBLIA DE JERUSALEM. Levítico 18, 22. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera
Edición 2005. Pág. 142.
[7]
Ibíd. Levítico 20, 13. Pág. 144.
[8] BIBLIA
DE JERUSALEM. Cantar de los cantares 4, 9. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera
Edición 2005. Pág. 826.
[9]
Ibíd. Cantar de los cantares 7, 11. Pág.
830.
[10]ESCRIVÁ
DE BALAGUER, San José María, La
Educación de los Hijos.
(Documento electrónico en línea): http://www.es.josemariaescriva.info/articulo/la-educacion-de-los-hijos
[11]
BIBLIA DE JERUSALEM, Efesios 6, 4. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición
2005. Pág. 1718.
[12]
JUAN PABLO II, Papa. Exhortación
Apostólica Familiaris Consortio.
(Documento electrónico en línea): http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio_sp.html
[13]
Juan Pablo II, Papa. Discurso a las
familias en misión. College International Redemptoris Mater – Strasbourg , 1998. (Documento electrónico en línea): http://www.redmatstrasb.com/esp/benoit_esp.html
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