viernes, 26 de octubre de 2012

Década de los 60” y 70” - Fin del Siglo XX y Principios del Siglo XXI.


A pesar de que en los años 20, 30 y 40 se inició la modernización de Colombia, nuevos conflictos entre Iglesia y Estado,  y por ende las transformaciones en la estructura de la  familia Colombia, en lo que respecta a la influencia de la religión en esta estructuración o mantenimiento del modelo, la década de los 60 y 70 merecen ser abordados de manera detallada, debido a los grandes aportes que  la Iglesia Católica da, referente al modelo cristiano y tradicional de la familia, contrario al avance de los modelos familiares e influencias recibidas de otros países, la desestructuración y disfuncionalidad de la familia como institución, estructura y grupo social. Los aportes de la Iglesia  se hacen manifiestos en el Concilia Vaticano II que representó una renovación en la misión evangélica de la Iglesia en todos sus campos de acción, y en especial a la familia como Iglesia doméstica y célula fundamental de la sociedad. En esta misma línea pero dirigida a aspectos específicos de la familia como son el lugar de la paternidad, el uso de métodos anticonceptivos y la transmisión de la fe y la vida, la polémica encíclica de su santidad el Papa Pablo VI.  En estas dos décadas se pretende esbozar la intervención de la Iglesia frente a muchas dificultades presentadas en los Católicos y acatólicos, y en el mundo entero, referente a estos temas nunca antes abordados y que surgen del influjo del modernismo en la sociedad, lo que representa  la misión de la Iglesia por ayudar a conservar la dignidad humana, y el uso adecuado y responsable de la sexualidad en los matrimonios, en  la familia.

Contrario  a las intervenciones de la Iglesia  referente a la familia y su estructuración y principios morales, la familia movida por la secularización y los transformaciones que venía produciendo la modernidad en la sociedad, pasaría de ser la base de la sociedad y se le daría este lugar al individuo, así la familia entraría a ser la constructora de la individualidad, (espacio de experimentación subjetiva), el individualismo (predominio de los intereses individuales) y la privacidad (reconocimiento de privilegio del mundo subjetivo y al sujeto individual),  al ser considerada por la sociedad como la  primera agente de socialización y modelo en la construcción de la estructura del sujeto. Entre las transformaciones que la familia experimentaría en la modernidad se encuentra el paso de una organización colectiva a un grupo nuclear conformado por la pareja y los hijos. En esta organización colectiva  se generaban control, regulación y vigilancia desde toda la organización familiar  extensa. En la dinámica familiar intervenían no solo los padres, también participaban los abuelos, hermanos, tíos entre otros parientes, en el nuevo grupo nuclear posee  autonomía y aparece como unidad básica e independiente en el sistema familiar. Esta autonomía e independencia permite el surgimiento de nuevas organizaciones familiares, antes mencionadas, como la familia monoparental, biparental, compuestas y  los hogares unipersonales. En estos los objetivos de la familia pasan de ser la procreación y la educación de los hijos, por lo que decaen los roles de los miembros del grupo, la función proveedora del padre y cuidadora de la madre hacia los hijos; debido a las necesidades económicas y consumistas de la familia, ambos deben ser fuerza de trabajo y proveedores, lo que genera igualdad de géneros, de responsabilidades y de roles, por lo que se descuidan la crianza de los hijos y esta se desplaza a terceros (La escuela, los abuelos, personas distintas al núcleo familiar y en algunos casos el Estado). Ante lo cual la familia pasa de ser un lugar privado, excluido  y separado de lo público,  con su propia jerarquización y normatividad regida por el padre y confirmada por la madre, a un lugar  de formación ciudadana controlada y regulada por el Estado, y por lo tanto pasa a ser un lugar público, consecuencia del reconocimiento por parte del Estado  de derechos y deberes para todo ciudadano, sobre todo para la familia; derechos de los niños, de la mujer, del hombre y leyes que regulan la dinámica familiar desde aquello que el Estado considera sano y del ordenamiento social.

A partir de la década los 90´ el avance de la modernización, los diferentes cambios económicos, jurídicos y religiosos llevarían a la familia a un proceso de desorganización, más que a la modernización de esta como institución o estructura. Los constantes cambios en la sociedad, en el sistema económico y el surgimiento de leyes que benefician al individuo más que al grupo familiar, la inclusión de la mujer como fuerza de trabajo “… Además impuso una carga insoportable a las vidas de las mujeres por su cuádruple turno diaria (trabajo remunerado, tareas del hogar, cuidado de los hijos y turno nocturno para el esposo”, el desempleo masculino y la pérdida de funciones que eran propias de la familia y que son asumidas por el Estado, han llevado a una profunda crisis en el modelo de familia tradicional, el sociólogo Manuel Castell, define a esta crisis como: “el debilitamiento de un modelo  de familia basado en el ejercicio estable de la autoridad/dominación sobre toda la familia del hombre adulto cabeza de familia”[1],  expresado en una desestructuración y disfuncionalidad en lo que respecta al grupo familiar como grupo,  pero también a cada uno de sus miembros en la interacción con el ambiente, con la sociedad y consigo mismo. El aumento del desempleo y las precarias condiciones económicas producto del capitalismo en el país, afectan a la familia en lo que respecta a su sostenimiento, y la posibilidad de brindar a sus miembros una vida digna, en lo que respecta a salud, educación y nutrición adecuados. Este factor que influye negativamente en la supervivencia del grupo familiar, especialmente en los estratos bajos  y las familias en situación de desplazamiento,  llevan a profundas crisis (económicas, sociales, emocionales) y desajustes de la dinámica familiar, tal y como lo plantea el sociólogo Manuel Castells: “la frecuencia creciente de las crisis matrimoniales y la dificultad cada vez mayor para hacer compatibles matrimonio, trabajo y vida”[2]. La falta de dinero en un gran número de familias en nuestro país, produce la pérdida del  padre como autoridad y figura de sostenimiento económico de la casa, el abandono de las actividades domesticas por parte de la madre, ante la necesidad de su aporte económico, la pérdida de un espacio idóneo  para compartir con los hijos y brindarles una constante educación,  y el enfrentamiento entre los padres referente   a la pérdida de autoridad y funciones en el grupo familiar. El tener que compartir funciones o la pérdida del status dentro del familia, afecta la dinámica de esta y la estabilidad emocional de sus miembros los cuales deben enfrentar una problemática de carácter económico y funcional, causante de la ruptura e inestabilidad de las familias “la incorporación masiva de mujeres al trabajo remunerado aumentó su poder de negociación frente a los hombres y socavó la legitimidad de su dominio como proveedores de la familia”[3].  Ante tales situaciones, el abandono de las funciones propias de cada miembro, ha llevado a que el Estado y otras Instituciones asuman estas funciones, las cuales no poseen la capacidad de brindar un desarrollo integral y por tanto sano a  los niños y jóvenes, miembros de estas familias. La educación institucional, la cual se recibe cada vez más, a  temprana edad, no permite que el niño interactué con sus padres, ni que genere vínculos afectivos sólidos, con  quienes constituyen su primer modelo de persona, ideal  del cual dependerá la construcción de su propia estructura, por lo que estos desplazan esta necesidad a los modelos brindados por la televisión, el cine, la música o grupos suburbanos, que transforman los valores propios de la tradición, de la familia, de la sociedad en general.
“la primera característica de la familia colombiana es la coexistencia de una diversidad de tipologías, correspondientes unas a la tradición cultural de las diversas regiones o etnias, y otras, a modalidades de ajuste a los contextos urbanos o rurales y a las condiciones socioeconómicas”[4] A pesar de la crisis que se experimenta en la familia patriarcal o tradicional en Colombia, han surgido nuevos modelos de familia, influenciados por los ajustes a los contextos urbanos o rurales, la condición económica, la estratificación socioeconómica, el tipo de unión y las relaciones funcionales entre los miembros “… se están experimentando otras estructuras familiares y se puede acabar reconstruyendo cómo vivimos con el otro, cómo procreamos y cómo educamos, de modos diferentes"[5]. De esta forma se encuentran familias organizadas según el matrimonio católico o civil, que constituye el tipo de unió legal en Colombia, las madres solteras, las uniones libres,  los diversos tipos de concubinatos. En lo que respecta a los miembros que conforman el grupo familiar,  se encuentran familias nucleares (papá, mamá e hijos),  familias extensas y familias reconstruidas nucleares o extensas, la mayor parte de estas de tipo patriarcal o con tendencias democráticas. “Para todas las modalidades anteriores, la característica común es la inestabilidad afectiva y cohabitacional en las relaciones de pareja y de familia, es decir: la propensión a la ruptura y a las separaciones como resultado de diversos conflictos entre los distintos miembros y/o como consecuencia de factores externos a la familia[6].

Aun en la actualidad, la mayor parte de la sociedad Colombiana y la Iglesia Católica, afirman que la familia patriarcal ha sido útil para la construcción y organización social, para la vida cotidiana de la sociedad, la continuidad y permanencia de esta. Aun así, el lugar del padre en la familia ha tenido una profunda pérdida, de funciones y autoridad. Las familias a pesar de estar conformadas por padre, madre e hijos, pueden   presentarse,  una presencia física del padre, pero ausente en sus funciones; ya sea por abandono de sus responsabilidades, en lo que respecta a la crianza de los hijos, en lo económico, producto del desempleo o la negativa de cumplir con estas obligaciones.  Por lo que la jefatura del hogar debe ser asumido en algunos casos por la mujer, ya sea por abandono masculino del hogar, rupturas conyugales, ante lo cual la madre debe asumir la custodia de los hijos, el madre solterismo adolescente y la viudez. “Como resultado de la inestabilidad y de los nuevos valores erótico-afectivos, se ha incrementado la nupcialidad reincidente, que también produce efectos complejos sobre el contexto institucional,  educativo,  jurídico,  económico y social, y da lugar a nuevas tipologías familiares…”.[7]


[1] CASTELLS, Manuel. La era de la información: Economía, Sociedad y Cultura. México D.F: Siglo XXI Editores, 2003. Pág.  160.
[2] Ibíd. pág.  163.
[3] Ibíd. pág. 160.
[4] ECHEVERRI ANGEL, Ligia. Tendencias o rupturas de la familia colombiana: Una mirada retrospectiva y prospectiva. Medellín. Universidad Nacional de Colombia, 1994. Pág. 5.
[5] Op.cit. CASTELLS, Manuel. Pág. 164.
[6] Op.cit. ECHEVERRI ANGEL, Ligia. pág. 5.
[7] Op.cit. ECHEVERRI ANGEL, Ligia. pág.  6. 

La familia colombiana en la modernidad y la caída del padre - Principios del siglo XX.


Es en los años 20  en los que el Modernismo tiene su mayor accionar en la sociedad Colombiana, a través de la adopción del modelo capitalista de otros países, y su desarrollo económico, con ella la industrialización y desarrollo de las grandes ciudades, que empezaron  a invertir en infraestructuras y en el sector económico y productivo del país. Se pasó de ser una nación basada en la agricultura a la tecnificación del mercado y la apertura de otros productos. En este periodo Colombia empieza a recibir los influjos culturales de otras naciones con las que mantenía relaciones, la importación de modelos de familia, de pautas de crianza, propuestas religiosas diferentes al Catolicismo, aunque se conservó la mayoría inamovible referente a su fe y a su tradición  familiar. Colombia iniciaría una transformación que fortalecería el modelo híbrido de familia, recibiendo gran influencia de los modelos ingleses  y norteamericanos. Con el modernismo la familia adquiere mayor acceso a la vida  íntima y  privada, en especial a lo referente a la moral sexual, a la separación de la procreación de la vida sexual de los individuos, los derechos sexuales y reproductivos de los miembros de la familia, por lo que se transforma en el lugar propicio para la formación de la individualidad, el individualismo y la privacidad del sujeto. Pasaría de ser una unidad productiva a una unidad de consumo y un agente de producción a uno de reproducción.

Con la llegada de la Iglesia Presbiteriana a manos de Henry Barrington Pratt el 20 de Junio de 1856 y la fundación del Colegio Americano en 1889, empieza la expansión protestante de manera formal y las distintas estrategias utilizadas por los Católicos ante tal amenaza que denominaban de herejética y demoniaca, entre estas estrategias la que se hizo de manera más clara y pública, la búsqueda de desmentir estas nuevas concepciones religiosas distintas  a las enseñanzas católicas, “Del protestantismo han emanado todos los errores político-sociales que perturban las naciones… De aquella herejía nacieron el siglo pasado esa mentida filosofía y ese derecho que llaman nuevo, y la soberanía popular y esa desenfrenada violencia que muchos juzgan es únicamente libertad… De estas se pasó á las plagas colindantes del comunismo, del socialismo y del nihilismo, negros verdugos y casi sepulcros de la sociedad civil”[1]. Es este quizás el inicio de la idea de la influencia Norteamericana en los asuntos de la nación como si se tratase de un Imperialismo. Lo que lleva a los católicos a un urgente replanteamiento de su modo de transmitir la fe, y un llamado a la defensa de la fe, que llevaba consigo el temor al aniquilamiento de la estructuración familiar mantenida por el catolicismo desde tiempos de la colonia  y sobre todo la identidad nacional que representaba una nación completamente Católica, por lo que abandonar la Iglesia no era solo dejar de ser católico sino que también representaba la perdida de la identidad como Colombiano, era traicionar a la nación y por último a Dios; “¡Despertad, católicos colombianos¡ ¡No os engañéis¡ ¡ No os dejéis llevar del respeto humano¡ Lo primero es nuestra nación; y antes que nuestra nación, está Dios”[2].


Luego en la década de los 30 y 40, periodo en el que el partido Liberal obtuvo la presidencia, a través del Dr. Alfonso López Pumarejo, tal y como se ha abordado anteriormente en lo que respecta a los conflictos entre Iglesia y Estado, empieza un nuevo periodo de cambios y reformas al interior del partido y en lo que respecta a la sociedad Colombiana. El nuevo conflicto entre la Iglesia Católica y el presidente Alfonso López Pumarejo, llevó a las masas a apoyar a los liberales quienes les ofrecían un desarrollo social y económico, y sobre todo la entrada plena al modernismo. A pesar de que la mayor parte de la población se mantenía Católica, fue decayendo el tradicionalismo, con la presencia de nuevos grupos religiosos, los Colombianos iniciaron un siglo de cambios que transformaría a la familia, entrando en uno de los aspectos principales del modernismo, que era la reflexividad, lo cual afectó también a la familia, llevando a modificar muchos aspectos tradicionalistas, como eran el lugar de la mujer, la crianza de los hijos y el lugar del padre como figura de autoridad y sostenimiento económico de la familia. El modernismo no solo afectaría la dinámica familiar en Colombia a través de la reflexividad, también se generarían cambios en los procesos productivos, como son la industrialización fruto del crecimiento económico, lo que llevó a un desplazamiento en la población, las familias pasaron de lo rural a lo urbano, el asentamiento en las grandes ciudades en busca de  mejores ingresos y por tanto el abandono de las actividades del campo. Con estos cambios en los procesos productivos se llegó a la reducción de la familia, la disminución de los nacimientos, y a un aumento en las esperanzas de una vida digna, lo que modificó la estructura familiar. El acceso a nuevas pautas de consumo y trabajo, permitió que las familias pudiesen  acceder a bienes y servicios, acceso de manera masiva, en lo que respecta a la  educación,  salud, seguridad social; aunque la oferta fue estratificada, produciendo desigualdad social , con ello se genera la inclusión de la mujer como fuerza de producción remunerado, la promoción de la individualización o libertad social, el reconocimiento de los derechos de niños y mujeres, el cuestionamiento del poder patriarcal dentro de la familia, la transformación de la intimidad, la sexualidad  y la búsqueda de nuevas identidades. Uno de los aspectos que más afectó la relación religión-familia y que daría como resultado nuevas estructuras familiares seria la progresiva secularización de la actividad colectiva, lo que lleva al sujeto a una ética individual, distanciada de los castigos y amenazas de la Iglesia, de esta forma el modelo de familia nuclear (Papá, Mamá e Hijos), iría en disminución y surgirían así las familias monoparentales (un solo padre o madre), las familias extensas (padre o madre o ambos con sus hijos y otros parientes),   las familias compuestas (padres provenientes de familias distintas que se unen para formar una nueva familia, con sus hijos o los hijos del otro cónyuge), las familias biparentales sin prole (esposo y esposa sin hijo) y los hogares unipersonales (unidades residenciales domesticas habitadas por una sola persona), estos nuevos modelos de familia poseen  la característica de tener hijos o no tenerlos según el criterio de los conyuges, basados en la libertad de acción y el desligamiento de los preceptos religiosos, en este  aspecto de la regulación de la natalidad los hijos pasarían de ser una inversión a considerarse un gasto, en tiempos de la colonia y la independencia el número de hijos representaba un incremento en la fuerza de trabajo, por lo que se consideraría una inversión de tipo económico y productivo, a mayor número de hijos, mayor número de trabajadores en las actividades realizadas por la familia, especialmente las familias campesinas. Con la llegada de la modernidad y el capitalismo y el desligamiento de la familia de la producción, fruto de la industrialización y el paso a una sociedad de consumo, llevaría a la disminución de los hijos ante el incremento de los gastos,  ocasionados por las necesidades que debían ser satisfechas y la obligación que adquieren los padres en la crianza de los hijos, determinadas ahora por el estado, obligaciones como la educación, la salud y una vida digna que aparecen en el contexto moderno como derechos fundamentales y asignados a la familia en su defensa y cumplimiento. Con la modernidad también surge  el cuestionamiento del padre como figura de  autoridad, del control y regulación patriarcal masculina en el núcleo familiar. Se llega de igual forma al cuestionamiento de la autoridad de la Iglesia y su  regulación social, se daría paso con el modernismo a una sociedad consumista, individualizada y sobre todo ampliamente secular, que determinaba desde  la consideración de bueno o malo aquello que esa persona misma decidía, ya no bajo el determinismo religioso, sobre el cumplimiento de leyes y preceptos religiosos, sino bajo la libertad de acción.


[1]Op.cit. ARBOLEDA MORA, Carlos.  pág. 47
[2] Op.cit. ARBOLEDA MORA, Carlos.  pág. 49

La familia colombiana en la modernidad y la caída del padre.



Los distintos factores externos que propiciaron los movimientos independistas en Latinoamérica, serian el resultado de un nuevo proyecto filosófico-político que encuentra su apoyo y consolidación en la Ilustración y la Revolución Francesa. Aunque es iniciado con el Renacimiento, el descubrimiento de América y la Reforma Protestante en el año de 1500, la Modernidad entra al continente Americano  a inicios del siglo XIX. Mientras que Europa se renovaba con las transformaciones fruto de la Modernidad, una renovación en el arte, en la literatura y prontamente en lo social y cultural; las colonias vivían  un periodo de sometimiento, explotación y expoliación cultural, lo que no permite hablar de la influencia de la Modernidad en Colombia, sino hasta llegada la Independencia y su verdadero inicio a principio del siglo XX, específicamente en los años 20”.  La familia Colombiana estaría bajo un mismo modelo, sin ningún cambio, hasta mediados del siglo XIX. Aun después de la Independencia, tal y como se ha planteado anteriormente, la familia en Colombia continuará con la misma estructura colonial y Católica. La presencia del protestantismo en Colombia solo fue posible a inicios del siglo XX, aunque los intentos por establecerse en el país, fuese propiciado por los federalistas liberales, el pueblo junto con la Iglesia Católica, defendieron el legado recibido por los primeros misioneros, por lo que la influencia del Catolicismo en  las familias y en la sociedad en general, era mayor que los simpatizantes de la Reforma Protestante. Los distintos enfrentamientos entre el Estado y la Iglesia, son la evidencia de los intentos por modernizar a la nación, aunque este se caracterizó por mantener una visión romántica y soñadora del desarrollo  político y social del  país, pero también caracterizada por no tener en cuenta los principios católicos de la mayoría de los colombianos del siglo XIX. Abordar la familia en el contexto del modernismo, nos lleva necesariamente a una época de cambios y transformaciones semejantes a la colonia, a una ruptura de dogmatismos y tradiciones, que inicia con el siglo XX, pero en el cual contrario a lo que se esperaría o se pretendía, el conflicto entre Iglesia y Modernismo, sería provechoso para el país y la Iglesia Colombiana. El catolicismo al perder el control político del país, pasó a ser una Iglesia al servicio del pueblo, regresando a su misión inicial, se generó una renovación al interior de esta  que llevaría a la defensa y la promoción de la familia tradicional, y a una mayor acción evangelizadora impulsada por el Concilio Vaticano II.


El lugar del Hijo



“El lugar que el niño ocupa en la familia es producto tanto de la imaginación parental como de la forma en la cual el niño real se adapta a esta imaginación”[1]
Generar una lectura psicoanalítica del  lugar del niño, específicamente  del lugar que ocupa en la familia, lleva al abordaje de dos aspectos de la estructura familiar inconsciente: El deseo de los padres y la adaptación del niño a este deseo. Daniel Marcelli en su Manual de psicopatología del niño, presenta el lugar del niño como producto de la fantasía de los padres; antes de ser concebido el niño, existe un deseo que lo precede, este puede tener su respuesta desde lo consciente, el deseo de tener un hijo y todo lo que se deposita en él, como ideales de los padres que se desplazan a los hijos o la tramitación de una pérdida a través de un nuevo nacimiento, y posee en sí mismo un deseo inconsciente, es a  lo que se refiere Marcelli cuando plantea que el niño es producto de la imaginación parental. De esta forma el niño se presenta en la estructura familiar inconsciente como un hijo imaginario y un hijo real. Este hijo imaginario está determinado o fantaseado desde la problemática Edipica de cada uno de los padres, por tanto más que un hijo, la pregunta frente al deseo de los padres sería ¿Qué es lo que realmente desea la madre o el padre? Este deseo que está dado desde lo imaginario es aquello que genera una construcción fantaseada del niño, el cual está construido en la base de  aquello irresuelto de los padres, refiriéndonos a la problemática edipica. Pero ¿que es lo que finalmente surge de este deseo?, diferente en cada una de los progenitores, el enfrentamiento de este hijo real al lugar definido o fantaseado por sus padres. Ante dicho enfrentamiento se plantean tres  soluciones el niño síntoma (neurótico), el niño falo (perverso)  y el niño objeto (psicótico),  que están determinadas por las aptitudes del niño y  el intento de reorganización de los padres frente a la construcción que cada uno ha realizado de su hijo “Teniendo en cuenta sus propias aptitudes y el posible o imposible trabajo de reorganización fantasmática (el duelo del niño imaginario para adaptarse al niño real)”[2], por tanto el hijo real deberá asumir su lugar en la estructura familiar inconsciente,  asumirse como sujeto o convertirse en objeto de deseo.
Por último, este lugar del hijo, no solo se refiere a aquello que predispusieron los padres y que lleva al niño a asumir su lugar, no es solo lo deseado por los padres, y la construcción imaginaria que hicieron de él, ya que no se trata de una dinámica unidireccional, sino bidireccional, en el que el hijo también afecta a los padres desde el lugar que estos deben ocupar en la familia, especialmente en la mujer y la función materna, la cual deberá asumir con el nacimiento de un hijo,  “El niño aparece en su versión colmadora y sin embargo el lugar del niño es el de dividir a la madre, es causa de una división entre madre y mujer”[3], respecto al lugar de la madre y las implicaciones de asumir este lugar se ha abordado anteriormente en esta monografía, aun así cabe resaltar el aspecto fundamental de este lugar que  está determinado por el deseo de la madre contrario al goce femenino, a este último la mujer debe renunciar, para entrar en el orden de lo simbólico en el cual se le exige ser toda madre y pura “se sanciona el sexo de la niña con el significante hijo, se le ha dado el destino a la madre”[4]  es aquí donde aparece el niño en la ejecución de su lugar como aquel que divide a la madre, que divide a la mujer entre el deseo de la madre y el goce femenino.




[1] MARCELLI, Daniel.  Manual de psicopatología del niño.  Madrid: ELSERVIER MASSON, 2007.  Pág. 412.
[2] Ibíd. Pág. 412.
[3]SOTELO, Inés. El niño y su madre.    CREO Grupo de Psicólogos (Documento electrónico en línea):                              http://www.creopsi.com.ar/2010/12/el-nino-y-su-madre.html
[4] Op.cit. Domb, Benjamín.  Pág.  2.

La familia en la colonización y la llegada de la Iglesia Católica.



La historia de la familia en Colombia no inicia con la llegada de los Españoles, como quizás puede llegar a dar la impresión el subtitulo que  encabeza el presente escrito. En la época precolombina los  nativos, quienes habitaban no en un territorio delimitado por el nombre de Colombia, ni aun por la denominación de continente Americano, sino por un vasto territorio, en el que se encontraban ubicados por las condiciones favorables de la tierra y de los recursos brindados por el medio, poseían, contrario a lo que consideraban los españoles, una organización y un desarrollo social avanzado, algo que generó en los mismos conquistadores admiración y asombro. Algunos se encontraban organizados  en cacicazgos de carácter hereditario-sedentario y otros en  pequeños grupos o tribus, dedicadas a la recolección y la pesca ocasional y por tanto nómada. Los pueblos más avanzados representados en las dos familias más grandes los Chibchas en los que se encontraban los Muiscas, los Taironas, los Cuevas y los cunas del Darién y los Caribes que incluían los indios del Magdalena y de la costa Atlántica y el rio Cauca (Pantágoras, Muzos, Panches y Pijaos), se dedicaban principalmente a la agricultura, inicialmente  al cultivo de la yuca, y luego con el aumento en la población y la influencia de los pueblos Aztecas y Mayas provenientes del Norte se inició el cultivo del maíz, a pesar de que se posee poca información acerca de la historia de estos pueblos, debido a reducidas excavaciones realizadas, aun así los historiadores y sociólogos coinciden interpretando la poca  información y de los datos registrados por los mismos españoles, que estos pueblos se encontraban en una organización semejante a los reinos y noblezas ya conocidos por los Europeos, estos conformaban grandes pueblos que dependían principalmente de la agricultura y el intercambio comercial con pueblos vecinos.  La presencia de mitos y leyendas, las cuales realmente surgen de la interpretación de los españoles frente a los ritos realizados por estos pueblos para rendir culto a sus dioses, como es el caso de la leyenda del Dorado, en los chibchas, la cual surge de  la forma particular de elegir al heredero del cacicazgo, el cual debía purificarse en una cueva sin tener relaciones sexuales, y después era cubierto de polvo de oro y junto con los sacerdotes ofrendaban objetos de oro, simbolizando los cinco soles cósmicos y luego debía sumergirse, lo cual fue denominado por los conquistadores como el Dorado, la creencia de que existía una ciudad en la que se encontraba todo ese oro. La presencia de estas creencias, eran el resultado de un avance en la astrología y las matemáticas  en estos pueblos, los cuales poseían su propio calendario en el que los días eran contados por soles y los meses por lunas con sus menguantes y crecientes, dividido en cuatro partes, y junto a esto sus fiestas muy similares a las fiestas celebradas en Europa y Asia, entre estas se encontraban las fiestas de las cosechas y las siembras, con agradecimientos y peticiones al  dios Sol (Bochica).
La complejidad de esta sociedad precolombina se manifiesta en la organización familiar representada principalmente por las características que poseía la forma de sucesión del cacicazgo. Para estas primeras sociedades del territorio Colombiano era tan importante conservar la descendencia noble, que en algunos pueblos se practicaba la endogamia como la forma más efectiva de mantener la dignidad y la nobleza. De este mismo modo el cacicazgo era heredado por el hijo mayor del cacique, y en otros era el hijo mayor de la hermana del cacique quien heredaba.
Es así como la familia estaba influenciada principalmente en los aspectos religiosos que les concedían el carácter divino  al cacique y su familia, pero también del carácter político y económico. La gran necesidad de muchos de estos pueblos de defenderse frente a las amenazas de invasión de  pueblos vecinos, los llevaba a elegir caciques que  proporcionaran unidad y seguridad a la tribu, este es el caso de los pueblos que no se organizaban por el cacicazgo, sino que poseían un comunismo primitivo, donde todos los integrantes de la tribu poseían el mismo status y las mismas responsabilidades dentro de la organización social. Pero más que simples cacicazgos y familias endogámicas, estos mostraron su complejidad sobre todo en la división social, en la que se encontraban nobles, guerreros, artesanos y la amplia población dedicada a la agricultura  y el comercio.
Al llegar los españoles a la Colombia precolombina, les llamó la atención esta compleja organización social, lo que los llevó a mantener inicialmente un intercambio pacifico y sin interés alguno de colonización. Solían llegar a las costas de la Guajira, Santa Marta y el Urabá, y cambiaban a los nativos peines, vidrios, agujas, tijeras, cuentas de colores, cintas y papeles por grandes cantidades de oro, el cual era destinado a los gastos del viaje, el resto era partido entre los ocupantes del navío y los financiadores del viaje. El insaciable deseo de oro por parte de los españoles los llevó a conseguir mediante falsos informes, cedulas reales para legalizar la esclavitud de estos indios y pudieran ser considerados como caribes (caníbales) “en 1503 la Reina Isabel permitió que se capturaran como esclavos los “caribes”, nombre que se daba a los indios caníbales y belicosos”[1].

Fue a través de la esclavización de los nativos, del robo del oro y la toma de las aldeas como se inició la colonización en lo  que se denominó el Virreinato de la Nueva Granada, aun sin haber presencia de la Iglesia Católica, ni de monjes o frailes que los persuadieran a convertirse al cristianismo, estos fueron acusados de no querer bautizarse y de ser caníbales por lo tanto esclavizables                  “los que se resistieran, se enfrentaran violentamente a los españoles o se opusieran a la predicación del evangelio podrían ser esclavizados”[2], de esta forma los conquistadores consiguen la aprobación por parte de la monarquía y de la Iglesia de entrar  - fuego y sangre –  “Esta decisión se fundaba en que los indios no habían aceptado “ser doctrinados en las cosas de nuestra Santa Fe Católica, ni estar a su servicio y en su obediencia”; muchas veces, dice la Cédula Real, “los habían requerido... que fuesen cristianos y se convirtiesen”, pero no habían querido. Por estas razones, se autorizaba su captura”[3], algo que no debían  realizar, ya que la corona los consideraba como vasallos libres, propiedad de los reyes y nadie podía esclavizarlos o matarlos según la bula Veritas Ipsa o Sublimis Deus del Papa Paulo III en el año de 1537 “...Aquellos indios, como verdaderos hombres que son, no solamente son capaces de la fe cristiana, sino que se acercan a ella con muchísimo deseo,... con autoridad apostólica por las presentes letras determinamos y declaramos,... que los dichos indios y todas las otras naciones que en lo futuro vendrán a conocimiento de los cristianos, aún cuando estén fuera de la fe, no están sin embargo privados ni hábiles para ser privados de su libertad ni del dominio de sus cosas”[4]. A través de Paulo III se reconoce la capacidad que poseían los indios de la racionalidad, por lo que se les concedía la dignidad de “verdaderos hombres”   y resaltando que su capacidad no solo les permitía acoger la fe, a la cual todos estaban llamados tanto niños como adultos por lo que no era necesario tener conciencia del bautismo solo disposición por parte del bautizado o de sus padrinos, sino que también existía por parte de estos una cercanía a la predicación y las enseñanzas de la Iglesia. Lo que permite ir mas allá del simple hecho de querer ser bautizados, sino que su deseo de interactuar con los españoles, no responde a la imagen caricaturesca de indios que adoraban a los españoles como a dioses, lo cual está mas atravesado por el narcisismo propio de la nobleza, sino que estos poseían un deseo de acoger nuevos conocimientos de realidades ajenas a ellos, admiración por objetos nunca antes vistos, ni imaginados por ellos, pero a los cuales se acercaban para conocerlos, para el intercambio cultural y comercial. El valor asignado a los metales preciosos permitía  en la construcción psíquica de los indios ser intercambiados por objetos desconocidos que en algún momento también causaron admiración en los mismos habitantes del viejo mundo, un peine poseía por tanto igual o quizás más valor que un objeto de oro o plata, por su carácter de innovador y desconocido, lo que permite en los Europeos dar dinero por un peine, igual los indios dar oro o perlas, que constituía lo cotidiano y conocido por ellos, la forma como comercializaban los productos en Pesos Oro, el mismo comercio complejo y constante en el que se basaban estas culturas refleja, el desarrollo psíquico de estas personas, el cual no se refería al primitivo trueque, como parece evidenciar el intercambio de metales preciosos por objetos de aparente carencia de valor (peines, vidrios, agujas tijeras etc.), sino que era realmente un intercambio  comercial entre lo que poseía un gran valor para los indios (oro, esmeraldas, perlas) y aquello de lo que se valieron los Españoles para intercambiar (peines, vidrios, agujas tijeras etc.), en un intento por engañar a quienes consideraban inferiores. Contrario a lo planteado por la Iglesia en su afán por difundir el evangelio a todos los hombres y de darles la dignidad de hijos de Dios a través del bautismo, los conquistadores alegaban y justificaban la esclavitud confirmando el canibalismo, como muestra de la irracionalidad de los indios, de una aparente inmadurez psicológica  y por lo tanto eran comparables con los animales, inferiores a los hombres y los cuales recurriendo a la tradición judeo-cristiana están sometidos a la humanidad “Mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra”[5].  Es así como estos, consiguen la aprobación por parte de la Corona de esclavizar a los indios. Así se da inicio a la colonización que resultó ser una entrada violenta y sanguinaria contra aquellos que se resistían a entregar su oro o no aceptaban ser esclavizados. Con este encuentro entre españoles e indios, se genera un choque entre culturas, el cual terminó con el aniquilamiento del orden social de los nativos y la imposición burda del nuevo orden social español. A pesar de esto, la resistencia de los pueblos indígenas, las constantes luchas libradas contra los españoles, permiten dar cuenta del desarrollo social y de la identidad cultural, de la defensa de sus costumbres, de sus pertenencias y de la presencia de la libertad como una construcción no solo subjetiva, sino más bien colectiva, en los pueblos indígenas. La historia de la familia en la colonia inicia, con una serie de abusos, de actos repudiados tanto por la Iglesia como por la monarquía pero ante lo que no se hizo nada efectivo, la astucia de los españoles les permitía interpretar las cédulas reales de manera que se beneficiaran de las mismas. Con la entrada violenta a los pueblos, se generaban violaciones, raptos y el mantenimiento de coitos sexuales esporádicos con las mujeres de estos pueblos “fue repartida esta presa por los capitanes y soldados, según al teniente (Jiménez de Quesada) pareció, procuraron todos enseñar la lengua española a estas mujeres para poder entenderse con ellas, la cual tomaron en breve”[6], lo que provocó el surgimiento de un nuevo grupo el cual no se sabía cómo incluirlo dentro de la sociedad  ya que eran hijos ilegítimos de españoles e hijos de indias no bautizadas. Este hecho fue notificado  a los reyes y a la Iglesia, quienes indignados prohibieron toda unión con indias que no estuviesen bautizadas “que ningún cristiano se eche con india que no sea cristiana”[7], y los hijos de estas no podían ocupar cargos públicos como encomendaderos, ni podían llegar a ser sacerdotes, a menos que fuesen legitimados por sus padres, los cuales fueron muy pocos casos. Ante tal  situación los españoles resolvían bautizar ellos mismos a las indias antes de acostarse con ellas y así resolvían uno de sus principales problemas, por lo que  fueron luego obligados a casarse con ellas o con mujeres españolas, los cuales eran matrimonios poco comunes ya que las mujeres españolas eran muy pocas en las indias. Frente a esta situación fue creciendo la población de mestizos, entre los cuales algunos pocos eran acogidos por su familia española y criados, aunque no gozaban de los privilegios que gozaban los hijos legítimos. Ni con el matrimonio entre españoles e indias o españolas se logró erradicar esta práctica, y las indias se convirtieron en concubinas, de las cuales los mismos españoles se admiraban de la forma tan especial como los trataban “Las indígenas que se apañaban con los conquistadores eran como perros domésticos, estas mujeres criadas para obedecer y depender, preferían un amo que formaba parte del mundo de los fuertes y triunfadores, antes que ningún señor o que un amo sumido en el desconcierto del derrumbamiento de su propio mundo”[8]

Este primer encuentro entre culturas, basado en encuentros sexuales esporádicos y violaciones, impuso a los nativos un nuevo modelo de familia, en el que se debían adherir por ley los esclavos que estaban obligados a servir a sus señores y los pocos mestizos legitimados que no encontraban ninguna dificultad con la esposa de su padre, normalmente era posible cuando no se tenía hijos dentro del matrimonio. La religión surge aquí más como una imposición y un método anticonceptivo que por una predicación basada en la convicción y la conversión del indio. Lo que lleva a la Iglesia Católica a emprender una evangelización basada en la bula papal Inter Coetera del 4 Mayo de 1493 de Alejandro VI, en las tierras descubiertas por Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa. Con la llegada   de los frailes mendicantes encargados de la predicación del nuevo mundo, de Franciscanos y Dominicos a la ciudad de Santa Marta se inicia una ruptura entre las antiguas formas de gobierno y la exigencia por parte de la monarquía de organizarse en pueblos, quienes eran asignados a una orden religiosa para su evangelización. De esta forma se encuentra en la Iglesia Católica la posibilidad de ser tratados con dignidad o al menos de conseguir un matrimonio con un español. Los mestizos que eran legitimados, resolvieron aspirar al sacerdocio como salida a la discriminación racial vivida en ese momento en toda América, y brindó a la Iglesia la solución a un problema que venía preocupándolos, la falta de clero.

Estos nuevos sacerdotes conocedores del español y de las lenguas indígenas, hacían más fácil la evangelización y cristianización del Virreinato de la Nueva Granada. La adquisición de nuevas leyes inspiradas en la doctrina de la Iglesia y las exigencias de la corona, fueron posibles a través de un método ideado por los frailes, que consistía en tomar los símbolos  cristianos y darles otro contenido, asimilable para los indígenas y que tuviesen elementos propios del medio en el que se encontraban, otros por el contrario tomaban  los símbolos indígenas y les daban un contenido cristiano, lo que dio origen a la religiosidad popular.  Un ejemplo claro es la comparación entre Tonantzin, una de las formas de la diosa madre en Mesoamérica, con la virgen María y a Ometéotl, señor de la dualidad para significar a Dios, en otros lugares se asociaba a la Pachamama con todas las advocaciones marianas y a Cristo con Taitacha Temblores, divinidad que protegía de los desastres naturales.  Esta ingeniosa idea permitió la rápida expansión del cristianismo, ya que permitía tramitar de manera rápida y sana la ruptura generada en las simbolizaciones propias de las culturas indígenas (ritos, costumbres, organización social y familiar, formas de comercio, economía, religión etc.) por las creencias y costumbres cristianas, infundidas tanto por la Iglesia como por la Corona.  Aunque generó un mal aun mayor dentro del seno de la Iglesia referente al Dogma.  Lo que ocurre en la época de la Colonia en Colombia es que hay un gran control socio religioso sobre la vida y los comportamientos, además de que los valores cristianos se van incrustando en la cultura y se puede hablar de una cultura cristiana en términos globales”[9],  con esta evangelización inicia la historia entre las constantes transformaciones en la familia Colombiana producto de la interiorización de las enseñanzas católicas, sus ritos y costumbres. La organización social se centró en la familia, la cual  debía  estar ligada al santo Matrimonio Católico como la única forma viable de acceder a la unión entre un hombre y una mujer, aparece el concepto de pecado, refiriéndose a las distintas actividades rechazadas por la Iglesia entre la cual se encontraba la endogamia; el bautismo como el medio por el cual hacerse hijos de Dios y adquirir el carácter de seres humanos, así como la conformación de familias nucleares, compuestas por un hombre, una mujer y sus hijos, como base de la sociedad, aunque la dinámica social giraba en torno a todo el macro grupo familiar conformada por los padres, abuelos, hijos, sobrinos y hermanos entre otros miembros (familia extensa); contrario a lo que podría llegarse a pensar, las familias en  tiempos de la colonia, no estaban conformadas por altos números de hijos, lo que respecta a las familias de clase media y baja vivían  en cuartos reducidos y con poca ventilación en el cual se realizaban la mayor parte de las actividades familiares, como el cocinar y el lavar, es así que los miembros de la familia dormían en la misma cama. Las familias normalmente estaban compuestas por el padre, la madre y tres o cuatro hijos, debido a los altos índices de mortalidad infantil, la mayoría de los hijos morían por causas muy diversas, entre las cuales se encuentran  la pobreza y  la falta de atención médica. Los conceptos de privacidad y  de individuo no existían  en la sociedad, debido a que esta se encontraba compuesta por familias, como pequeños grupos en los que se desarrollaban todas las actividades de la vida diaria, el trabajo, la educación, los oficios domésticos, inclusive el asistir los domingos a la misa, único lugar público en el que se desenvolvían las personas, constituía una actividad realizada en familia. Es por eso que el  término más adecuado para referirse a quienes componían la familia sería el de miembros, los cuales poseían un lugar y funciones determinadas por el poder eclesiástico y civil. Estas condiciones propiciaban problemáticas tales como el abuso y el acoso sexual a las mujeres, los cuales en la mayoría de los casos eran ocasionados por los maridos o los padrastros, por lo que el  número de madres solteras en la colonia era elevado, éstas normalmente no estaban casadas o no convivían con el padre de sus hijos, el abandono de los hijos en hospicios o iglesias, por cuestiones tales como la pobreza en las familias de clase media y baja y la ilegitimidad en familias adineradas. Los miembros de la familia no solo eran los padres y los hijos, las familias también estaban compuestas por  la servidumbre, una hermana del padre o la madre, una madre soltera o un sobrino huérfano; también se encontraban hermanos o hermanas solteras y sin hijos, que vivían en una misma casa y se organizaban como familia ante la sociedad, esto eran variados, diversos pero reducidos.

Los niños constituían para las familias a partir de los 10 años fuerza de trabajo, por lo cual era conveniente el alto número de hijos. Este aun antes de nacer pertenecía al padre en lo que constituía la patria potestad. El cuidado de los niños  al nacer, en su mayoría de clase alta y media, se le transfería a una nodriza o amas de cría, las cuales eran ajenas al ambiente familiar,  y proveían al niño de la alimentación, inclusive del periodo de lactancia, ante lo cual contrataban mujeres recién paridas, que abandonaban a sus hijos para trabajar en la crianza de  niños cuyos padres poseían mejor condición económica, de aquí surge el termino  hermanos de leche.  Estas también se encargaban de que los niños no adquirieran comportamientos semejantes a los animales, debido a que se tenía la creencia de conducir a los niños recién nacidos y vestirlos con una faja para que no se desviara su comportamiento y se convirtieran en animales.  En las familias de clase baja o sectores pobres, la crianza  de los hijos desde el nacimiento hasta los tres años correspondía a  la madre, lo que constituía para la Iglesia Católica un medio de planificación natal. A partir de los 4 años hasta los 25 años de edad, los hijos eran subordinados al padre, el cual les brinda comida, vestido y vivienda a cambio de respeto y sumisión; este acuerdo le daba al padre, derecho de usufructuar las ganancias salariales de sus hijos trabajadores. Existían cuatro formas de ejercer el poder los padres sobre sus hijos, a través del matrimonio legal o católico, que constituían uniones de conveniencia entre familias, por decisión judicial, el padre podía acudir ante un juez y determinar la sumisión del hijo, cuando este por rebeldía se rehusase  a someterse, si el padre hubiera liberado al hijo de su poder, pero cometiera una falta, retornaría al poder del padre  y por medio de la adopción. El padre le proveía a los hijos de cuidados y orientación, su labor se encontraba en el civilizar, domesticar  y domar a los hijos a través de la autonomía y la represión, lo que garantizaría la supervivencia del niño y favorecería su crecimiento, el desarrollo psicosocial y la aprehensión de  conocimientos o profesión, normalmente,  se heredaba el oficio del padre y sus herramientas. A partir de los 12 años, el niño debía aprender un oficio, por lo que debía trabajar para su padre u otra persona como aprendiz o sirviente.
Con la influencia Española,  específicamente Católica, los hombres desde que nacían, poseían una diferenciación o categorización;  de esta forma existían libres o esclavos, nacidos o por nacer, clérigo o civil, por su religión o sexo. La estratificación social, determinada por la cultura Española, iniciaba con los hijos del Rey, los cuales eran denominados Infantes, definido como “mozo menor de siete años, que está sin pecado y sin mancha alguna[10]. Los hijos de los nobles eran llamados Infanzón, categoría que heredaba de su padre, le seguían el Hidalgo “persona noble de casa y solar conocidos y como tal está exento de los pechos y derechos que pagan los villanos” aunque estos no poseen los privilegios que poseen los noble, los hijos de los nobles que no poseían riquezas se llamaban Escuderos, estos se denominaban  de esta forma  por su condición o situación más que por una categoría. Por último se encuentran los hijos de la tierra que eran los huérfanos, los cuales se diferenciaban del resto de la sociedad por el término latino ignotibus parentibus natus  y los hijos de la piedra, (expositum, fortune infans) que eran igualmente huérfanos que sobrevivían a través del pedir limosnas y de los cuales no se sabía nada de sus padres.

De  esta forma se mantuvo gracias al yugo mantenido por los españoles sobre todos los nativos, los mestizos y aun las pocas comunidades africanas, hasta los tiempos  de ideas revolucionarias, que llevarían a la independencia.



[1] MELO, Jorge Orlando. HISTORIA DE COLOMBIA: El Establecimiento de la Dominación Española.  Bogotá: La carretera, 1978.  Pág. 26.
[2] Ibíd. Pág. 26.
[3] Ibíd.   Pág. 59.
[4] PAULO, Suess. La conquista espiritual de la América Española: Doscientos documentos del siglo XVI. (Documento electrónico en línea): http://repository.unm.edu/bitstream/handle/1928/10970/La%20conquista%20espiritual%20de%20la%20Am%C3%A9rica.pdf?sequence=1
[5]BIBLIA DE JERUSALEM, Génesis 1, 26b. Bilbao: Desclée de Brouwer, Tercera Edición  2005. Pág. 14.
[6] Op.cit. MELO, Jorge Orlando. Pág. 144.
[7] Op.cit. MELO, Jorge Orlando. Pág. 144.

[8] VILLALOBOS CALDERON, Liborios. Las obreras en el porfiriato. Ciudad de México:    Plaza y Valdés Editores, 2002. Pág. 33.
[9] ARBOLEDA MORA, Carlos. Historia del pluralismo religioso en Colombia.  Medellín: Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, 2002. Pág. 15.
[10]  PAEZ MORALES, Guillermo. Familia, Infancia y Sociedad en la colonia neogranadina: estudio sociológico  e histórico. Bogotá: Universidad Santo Tomas, 2006. Pág. 24.

El lugar del Hijo



“El lugar que el niño ocupa en la familia es producto tanto de la imaginación parental como de la forma en la cual el niño real se adapta a esta imaginación”[1]
Generar una lectura psicoanalítica del  lugar del niño, específicamente  del lugar que ocupa en la familia, lleva al abordaje de dos aspectos de la estructura familiar inconsciente: El deseo de los padres y la adaptación del niño a este deseo. Daniel Marcelli en su Manual de psicopatología del niño, presenta el lugar del niño como producto de la fantasía de los padres; antes de ser concebido el niño, existe un deseo que lo precede, este puede tener su respuesta desde lo consciente, el deseo de tener un hijo y todo lo que se deposita en él, como ideales de los padres que se desplazan a los hijos o la tramitación de una pérdida a través de un nuevo nacimiento, y posee en sí mismo un deseo inconsciente, es a  lo que se refiere Marcelli cuando plantea que el niño es producto de la imaginación parental. De esta forma el niño se presenta en la estructura familiar inconsciente como un hijo imaginario y un hijo real. Este hijo imaginario está determinado o fantaseado desde la problemática Edipica de cada uno de los padres, por tanto más que un hijo, la pregunta frente al deseo de los padres sería ¿Qué es lo que realmente desea la madre o el padre? Este deseo que está dado desde lo imaginario es aquello que genera una construcción fantaseada del niño, el cual está construido en la base de  aquello irresuelto de los padres, refiriéndonos a la problemática edipica. Pero ¿que es lo que finalmente surge de este deseo?, diferente en cada una de los progenitores, el enfrentamiento de este hijo real al lugar definido o fantaseado por sus padres. Ante dicho enfrentamiento se plantean tres  soluciones el niño síntoma (neurótico), el niño falo (perverso)  y el niño objeto (psicótico),  que están determinadas por las aptitudes del niño y  el intento de reorganización de los padres frente a la construcción que cada uno ha realizado de su hijo “Teniendo en cuenta sus propias aptitudes y el posible o imposible trabajo de reorganización fantasmática (el duelo del niño imaginario para adaptarse al niño real)”[2], por tanto el hijo real deberá asumir su lugar en la estructura familiar inconsciente,  asumirse como sujeto o convertirse en objeto de deseo.
Por último, este lugar del hijo, no solo se refiere a aquello que predispusieron los padres y que lleva al niño a asumir su lugar, no es solo lo deseado por los padres, y la construcción imaginaria que hicieron de él, ya que no se trata de una dinámica unidireccional, sino bidireccional, en el que el hijo también afecta a los padres desde el lugar que estos deben ocupar en la familia, especialmente en la mujer y la función materna, la cual deberá asumir con el nacimiento de un hijo,  “El niño aparece en su versión colmadora y sin embargo el lugar del niño es el de dividir a la madre, es causa de una división entre madre y mujer”[3], respecto al lugar de la madre y las implicaciones de asumir este lugar se ha abordado anteriormente en esta monografía, aun así cabe resaltar el aspecto fundamental de este lugar que  está determinado por el deseo de la madre contrario al goce femenino, a este último la mujer debe renunciar, para entrar en el orden de lo simbólico en el cual se le exige ser toda madre y pura “se sanciona el sexo de la niña con el significante hijo, se le ha dado el destino a la madre”[4]  es aquí donde aparece el niño en la ejecución de su lugar como aquel que divide a la madre, que divide a la mujer entre el deseo de la madre y el goce femenino.



[1] MARCELLI, Daniel.  Manual de psicopatología del niño.  Madrid: ELSERVIER MASSON, 2007.  Pág. 412.
[2] Ibíd. Pág. 412.
[3]SOTELO, Inés. El niño y su madre.    CREO Grupo de Psicólogos (Documento electrónico en línea):                              http://www.creopsi.com.ar/2010/12/el-nino-y-su-madre.html
[4] Op.cit. Domb, Benjamín.  Pág.  2.

EL LUGAR DEL PADRE




Pensar al padre desde el psicoanálisis, lleva a postular al padre desde los tres registros, por tanto, hay un padre real, imaginario y simbólico. El padre real es aquel que se encuentra en la realidad familiar, con sus características y su propia estructura, con problemas, dificultades y responsabilidades, con respecto de la familia y la sociedad; el lugar de este padre real, varía según la cultura y su historia en particular. Debido a las exigencias culturales y los  sistemas socioeconómicos propios de occidente, este padre real es siempre un padre carente, que posee inconformismos  o desacuerdos, respecto de su función. De este se espera que haga valer la ley simbólica de la prohibición del incesto, y le permite al niño el acceso al deseo sexual, por lo que debe dar muestra de que posee el pene real, permitiendo al niño tener una posición viril. El padre imaginario está presente en el sujeto, es por tanto una construcción imaginaria que hace el sujeto en torno a la figura del padre, puede ser un padre ideal o terrorífico, en todo lugar siempre un padre omnipotente, al cual se le atribuye la castración. El padre simbólico no es un objeto real, ni un objeto ideal, es la significación de la que es investido el padre real por parte del niño, esta significación es la de poseedor del objeto de deseo de la madre, lo que lo convierte en un padre simbólico, sinónimo de la función paterna, “es un significante sustituido a otro significante” [1] es descrito por Lacan como una metáfora, el significante del padre que sustituye al primer significante introducido  a la simbolización, el significante maternal (S en lugar de S`)[2]. Las funciones y el rol del padre están predeterminados por las instituciones, le confieren por tanto su “nombre” padre, y su función como procreador. El lugar del padre está dado desde la prohibición del incesto, ley primordial  y fundamento del Edipo y el conducir al sujeto hacia la cultura, “la interdicción del objeto de deseo infantil mediante la prohibición del incesto, circulará como una regla,  y es su presencia lo que determinará la ubicación del sujeto en la cultura”[3].   De esta manera la figura paterna cumple la función de incorporar el sujeto  a la cultura, es guiado por el padre, el cual  tiene la función de separar (prohibición) al niño de la madre   y de amparar al niño. Al estar el niño prematuro y en desamparo al momento de nacer, este necesita de  un pecho que le brinde la alimentación y de un nombre, esta necesidad es suplida por la madre y el padre, la madre desde la alimentación y el padre desde la legitimización e inscripción cultural  a través del nombre. En el niño se crea una confianza entre él  y la madre, al este haber salido de su vientre y constituir el pecho el primer objeto amparador.  Contrario sucede con la relación entre el padre-hijo, en el cual se instala la duda, esta viene  a ser confirmada a través del nombre, el cual es dado al niño a través de la representación simbólica (ritual) por el padre y es legitimizado.

El siguiente capítulo, está dedicado al lugar del padre, a sus funciones, por lo cual se enfatiza en el padre simbólico, basado en la implicación del orden de lo simbólico en lo que respecta a la estructura familiar inconsciente y de cómo este determina al sujeto: “la existencia del sujeto humano implica necesariamente un orden simbólico en el que está inmerso y que lo determina”[4]. Para Lacan el significante del Nombre-del-Padre, es fundamental en la construcción de la subjetividad “el Nombre-del-Padre existe como significante que sostiene el orden simbólico”[5] , aunque Lacan considera que este no basta para la construcción de la subjetividad, por lo que haría falta un padre que encarnara esa función, de esta forma lo simbólico recubre lo real “Hace falta un padre que encarne esa función y la haga existir como real”[6], “la asunción de la función del padre supone una relación simbólica simple donde lo simbólico recubriría plenamente lo real.”[7]

Con el surgimiento del padre simbólico, este brinda al sujeto una guía (modelo funcional) que garantiza en el sujeto ahora individualizado a través del lugar que ocupa en la cultura, una sana respuesta a la soledad y el desamparo.  Este interviene en una frustración (deseo incestuoso), a través de un acto imaginario (agresión del padre, fantaseada por el niño) que prohíbe un objeto real, la madre. A través de la prohibición, el padre aparece en su doble función, prohibir y guiar, pero a la vez se muestra ante el niño como quien prohíbe a la madre  y transgrede la ley  acostándose con ella. Se apoya en la ley pero transgrediéndola, de  esta forma  humaniza la ley, hace de ella algo vivo, por tanto el padre no solo está en función de la prohibición, este también goza, es así como  se humaniza a la persona, enseña cómo se puede vivir con ella y como esta lo humaniza, lo conduce hacia la cultura. Lo que constituye en el niño una encarnación de la ley en el deseo, con la prohibición de la madre, el padre muestra al niño, el camino para llegar al propio deseo, se goza sin transgredir la ley.   En lo que respecta ser un padre, el niño lo pierde  en lo que  a la elección de objeto respecta,  pero se instala el ideal “ser un padre supone la discriminación entre el yo y el ideal, entendido como algo que le falta al yo”[8]. El padre asume a través de la prohibición y la transgresión de la ley, la cual conduce al niño a la búsqueda de su propio deseo, la función de instrumento. Esta función de instrumento va desde la entrada del niño a la cultura, en la legitimización del niño,  como en la constitución de la subjetividad. Es quien hace que el  niño pase del deseo más allá del de la madre, ayudando al niño a constituir su subjetividad; deja por tanto el niño de ser un objeto del deseo de la madre, para constituirse en sujeto, sujeto de la palabra. 


[1] LACAN, Jacques. SEMINARIO 5 “Las Formaciones del Inconsciente”.  Buenos aires: Editorial Paidos 1999, pág. 77
[2]  Ibíd. pág. 77
[3] Op.cit. Berenstein, Isidoro. pág. 24.
[4] Op.cit. Berenstein, Isidoro. pág. 104.
[5] MORALES, Helí y GERBER, Daniel. Las Suplencias del Nombre-del-Padre. Madrid: Editorial Siglo Veintiuno – 1998. Pág. 27.
[6] Ibíd.  Pág. 27.
[7] Ibíd.  Pág. 28.
[8] Op.cit. Berenstein, Isidoro. Pág. 133.